26 de diciembre de 2014

LAS CAMPANAS DEL TEMPLO

El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado.
Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso.
Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón...
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría.
 
  • REFLEXIÓN: Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar. Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces; no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala... siéntela... disfrútala.

10 de diciembre de 2014

UN POBRE EN EL JARDÍN

Un amigo mío formaba hace años parte de una pequeña y ardiente comunidad cristiana. Un día a la semana se reunían para hablar de Cristo, de la fe, de cómo difundir su mensaje. Y como todos eran gente con sus jornadas de ocho horas, se reunían de noche, con cena frugal a la que seguía una conversación que a veces se prolongaba hasta las dos, hasta las tres de la mañana. Mi amigo salía de allí con el alma ardiendo, con olor a Evangelio, dispuesto a entregar lo mejor de su vida por él. Hasta que...
Era una noche de invierno, heladora y cortante. Mi amigo, tras la charla con su comunidad, llegó a su casa cerca ya de las tres de la mañana. Y, al bajarse del coche, vio que enfrente de su portal, en el jardín frontero, sobre un banco de hierro, dormía un cuerpo arrebujado, mal cubierto con algunos periódicos.
Algo ocurrió en el alma de mi amigo: con una noche así, un hombre sobre un banco, sin otra protección que un viejo abrigo y unas hojas de papel, podía muy bien morirse de congelación. ¿Podría dejarle al desamparo? Dentro de sí oyó gritar una voz que le explicaba que eso sería un crimen. Pero pronto otra voz que le recordó que no podía meter en su casa a un completo desconocido. ¿Y si era un ladrón? ¿Y qué dirían su mujer y sus hijos si a las tres de la mañana les despertaba para acomodar en casa a aquel hombre andrajoso?
Cuando mi amigo metió el llavín en la cerradura de su casa se gritó mil veces a sí mismo que era un cobarde. Pero el egoísmo fue más fuerte que él. Y, ya en su piso, evitó asomarse al balcón para impedir que su conciencia multiplicara los martillazos con que estaba asediándole.
Ya en la cama le pareció que las mantas eran, a la vez, más calientes y congeladoras. Se sentía habitando a la vez en el infierno de su egoísmo y en el cuerpo congelado del mendigo. Y tardó varias horas en dormirse porque la figura del hombre acurrucado en el banco le parecía clavada en su imaginación.
A la mañana, al despertar, se acercó con pánico a la ventana: estaba seguro que aún vería en el banco aquel cuerpo, quizá ya muerto, que él había abandonado. No estaba. Y no supo si sentía ganas de reír o de llorar.
A lo largo de la semana siguiente vivió en la vergüenza. Se miraba en el espejo y sentía asco de sí mismo. No se atrevía a ir a la Iglesia y comulgar. Sentía unos infinitos deseos de que llegara el viernes para confesarse ante Dios y sus compañeros de aquel pecado que, conforme pasaban los días, crecía en su conciencia.
Cuando el viernes llegó y contó, casi con lágrimas, su cobardía, percibió con asombro que la historia no impresionaba mucho a sus compañeros. Y no era que lo disculpasen, aceptando que todo hombre hace mil disparates al día; era que, además, encontraban teorías para rebajar su gravedad. Alguien explicó que la batalla urgente no era tanto ayudar a los individuos como cambiar la sociedad. Otro explicó que la caridad sólo era auténtica cuando se convertía en justicia. Un tercero comentó que la limosna denigra tanto al que la recibe como al que la da. Alguien añadió que dar cama por una noche a un vagabundo no iba a resolver sus problemas. Y no faltó quien dijo que “gente así ya está acostumbrada a dormir en un banco de la calle”.
Mi amigo salió aquel día más congelado que nunca de la reunión. Y decidió no volver más a aquella comunidad. No quiso juzgarles, ni menos condenarles. Pero entendió que algo no funcionaba en todo aquello.
 
  • REFLEXIÓN: Cuántas veces por nuestra cobardía no hemos sabido defender una injusticia. Tratamos de adormilar nuestra conciencia para que nos deje vivir en paz y sin molestarnos demasiado. Y lo peor es que a veces no sólo somos nosotros, es la sociedad entera la que trata de justificar su actitud pasiva ante la injusticia.

20 de noviembre de 2014

EL LEÓN ENAMORADO

Se había enamorado un león de la hija de un labrador y la pidió en matrimonio.
Y no podía el labrador decidirse a dar su hija a tan feroz animal, ni negársela por el temor que le inspiraba.
Entonces ideó lo siguiente. Como el león no dejaba de insistirle, le dijo que le parecía digno para ser esposo de su hija, pero que al menos debería cumplir con la siguiente condición: que se arrancara los dientes y se cortara sus uñas, porque eso era lo que atemorizaba a su hija.
El león aceptó los sacrificios porque en verdad la amaba.
Una vez que el león cumplió lo solicitado, cuando volvió a presentarse ya sin sus poderes, el labrador lleno de desprecio por él, lo despidió sin piedad a golpes.
 
  • REFLEXIÓN: Nunca te fíes demasiado como para despojarte de tus propias defensas, pues fácilmente serás vencido por los que antes te respetaban. Y además, has de aprender a reconocer tus cualidades y aptitudes, y sobre todo a valorarte a ti mismo, porque quien te quiera ha de quererte como eres realmente. Nunca trates de cambiar para agradar a otros.

6 de noviembre de 2014

LOS DOS HERMANOS

La historia cuenta que había dos hermanos que se querían con toda el alma. Ambos eran agricultores. Uno se casó y el otro permaneció soltero. Decidieron seguir repartiendo toda su cosecha a medias.
Una noche el soltero pensó:
«¡No es justo! Mi hermano tiene mujer e hijos y recibe la misma proporción de cosecha que yo que estoy solo. Iré por las noches a su montón de trigo y le añadiré varios sacos sin que él se de cuenta».
A su vez el hermano casado pensó también una noche:
«¡No es justo! Yo tengo mujer e hijos y mi futuro estará con ellos asegurado. A mi hermano, que está solo, ¿quién lo ayudará? Iré por las noches a su montón de trigo y le añadiré varios sacos sin que se dé cuenta».
Así lo hicieron ambos hermanos. Y... ¡oh, sorpresa!, ambos se encontraron en el camino, una misma noche, portando sacos de trigo uno para el otro. Se miraron, comprendieron lo que pasaba y se abrazaron con un abrazo de hermanos, aún más fuerte, y para siempre.
 
  • REFLEXIÓN: El afecto, el cariño, el amor hace que aumente sin límites nuestra generosidad y el pensar en los demás como lo más importante. Y si somos generosos, la vida nos duplica nuestra generosidad con el afecto y el cariño de los que nos rodean.

25 de octubre de 2014

LA PRINCESA FEA

Había una vez una hermosa princesa. Era la joven más guapa del mundo. Su madrastra tenía envidia de la hermosura de la princesa, y desde los días de su niñez no cesaba de repetirle:
—¡Qué fea eres! ¡Eres fea, feísima! Eres tan fea que la gente no puede soportar verte.
Y no sólo eso, sino que además ordenó a todos los cortesanos de palacio que dijeran lo mismo, por lo que todo el que se encontraba con la princesa le decía que era muy fea.
La princesa se convirtió en una hermosa mujer, pero estaba desesperada.
—Soy fea –se decía llorando–. Soy tan fea que nunca gustaré a nadie. Nadie me amará nunca. Nadie querrá casarse conmigo.
Al final su pena fue tan grande que se escondió en las mazmorras del palacio a fin de que nadie pudiera volver a verla. Allí permanecía, sola y odiándose por lo fea que se creía.
Al morir la reina, algunas personas de buen corazón del palacio fueron a ver a la princesa.
—Vuestra madrastra os odiaba, pero ahora ha muerto –le dijeron–. Lo que ella os decía es mentira. No sois fea. Sois muy hermosa. Sois la joven más hermosa que jamás se ha visto.
La princesa se negaba a creerles.
—Sé que no es verdad. ¿No veis lo fea que soy? Por favor, dejadme morir sola con mi dolor y mi fealdad.
Un día un apuesto príncipe visitó el palacio, y la gente le habló de la princesa que vivía en las mazmorras. Bajó a verla, y apenas la vio se sintió hechizado.
—Sois encantadora –le dijo–. Sois tan hermosa, tan hermosísima, que no puedo apartar mis ojos de vos.
La princesa se cubrió el rostro con sus manos y se echó a llorar.
—Haced el favor de iros –dijo–. Sé lo fea que soy. Por favor, no sigáis burlándoos de mí y dejadme sola. Soy la mujer más fea del mundo. Sé que lo soy.
Pero el príncipe no quiso irse. Se acercó más a ella, cautivado por su belleza.
—Sois hermosa –murmuró–. Sois muy, muy hermosa, creedme.
—¡No, no! ¿Por qué me hacéis esto? –gimió la princesa–. Por favor, no me atormentéis así. Marchaos, os lo suplico.
El príncipe la rodeó con sus brazos y la miró fijamente.
—Sois hermosa –suspiró–. Sois la mujer más hermosa del mundo.
Por fin, al oír el amor y la ternura de su voz, la princesa alzó la mirada hacia él. Entonces, reflejada en los ojos de su enamorado, vio su propia imagen por primera vez. Se sintió confusa, y luego asombrada. Miraba fijamente el rostro reflejado en las pupilas de él, y lentamente cayó en la cuenta de que el bello rostro que allí veía era el suyo. Se echó a reír de sorpresa y alegría.
—Soy hermosa –decía–. Soy hermosa de verdad.
 
  • REFLEXIÓN: Las personas somos como espejos psicológicos unas para otras. La retroacción positiva, la aceptación y el amor forman una imagen propia positiva. La retroacción negativa, la crítica destructora y la repulsa forman una imagen propia negativa. Cuando la princesa se vio fea a los ojos de los demás, comenzó a creer que verdaderamente lo era, y ello afectó a su comportamiento para con los otros. La autoimagen negativa se incrusta fácilmente. Sólo con paciencia y con un amor persistente se logra que una persona vea su verdadera imagen y se acepte como es. Para hacer ver la belleza de otra persona, necesitamos reconocer y admitir el valor de esa persona.

12 de octubre de 2014

LA MUÑECA DE SAL

Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar.
Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces.
—¿Quién eres tú? –le preguntó al mar la muñeca de sal.
Con una sonrisa, el mar le respondió:
—Entra y compruébalo tú misma.
Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:
—¡Ahora ya sé quién soy!
 
  • REFLEXIÓN: A veces no sabemos cual es realmente nuestra identidad hasta que no nos integramos en el medio adecuado, en el grupo adecuado... en definitiva, hasta que nos diluimos en el sitio donde realmente somos felices.

6 de septiembre de 2014

LEVANTARSE Y SER VISTO

Cuando Kruschev pronunció su famosa denuncia de la era stalinista, cuentan que uno de los presentes en el Comité Central dijo:
—¿Dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?
Kruschev se detuvo, miró en torno por toda la sala y dijo:
—Agradecería que quien lo ha dicho tuviera la bondad de ponerse en pie.
La tensión se podía mascar en la sala. Pero nadie se levantó.
Entonces dijo Kruschev:
—Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo me encontraba exactamente en el mismo lugar en que tú estás ahora.
 
  • REFLEXIÓN: Decir la verdad tal como uno la ve requiere mucho valor cuando uno pertenece a una institución. Pero desafiar a la propia institución exige aún más valor. Eso es lo que se espera de nosotros: que mantengamos siempre nuestra postura cuando creamos que es justa, y no nos dejemos avasallar por el poder.

28 de julio de 2014

¿DÓNDE ESTÁ LA LIEBRE?

La hiena salió a cazar y pronto descubrió las huellas de una liebre que había pasado por allí no hacía mucho, así que se puso a seguirlas cada vez más deprisa porque cuanto más tardase en atraparla más tiempo pasaría hambrienta.
Los ratones vieron venir a la hiena y comprendieron que su presencia suponía una amenaza para su pariente la liebre, así que decidieron borrar sus huellas a la altura de un cruce de caminos y se quedaron deliberadamente allí, esperando. Cuando la hiena llegó a aquel lugar comprobó que ya no había más huellas, que había perdido la pista.
Entonces preguntó a los ratones si habían visto pasar una liebre y todos respondieron que sí y que era muy grande. Pero cuando preguntó por el camino que había tomado la respuesta ya no fue unánime: unos ratos le indicaron el camino de la izquierda, y cuando la hiena se disponía a seguir por él los otros ratones gritaron que por aquel camino no era, que ellos habían visto que la liebre tomaba el camino de la derecha. Ya iba a seguir la hiena el camino nuevamente indicado cuando los primeros ratones protestaron esta decisión, a lo que siguió la respuesta de los otros en una discusión sin término.
La hiena, viendo que estaba perdiendo el tiempo y que con los ratones no iba a sacar nada en claro, decidió seguir los dos caminos, poniendo las patas de su izquierda en el camino izquierdo y las de su derecha en el derecho, y así avanzar por ambos caminos a la vez.
Al inicio le fue bien porque los dos caminos discurrían paralelos un buen trecho. Pero no había rastro de la liebre, lo que hizo pensar a la hiena que su presa le había sacado más ventaja y decidió acelerar el paso precisamente cuando los dos caminos se separaban definitivamente. Decisión fatal, porque sus patas de la izquierda se fueron tan a la izquierda y sus patas de la derecha tan a la derecha que se partió en dos.
Los animales del bosque, reunidos en torno a su cuerpo, dijeron a coro: “Seguir dos caminos ha partido a la hiena”.
 
  • REFLEXIÓN: En algún momento de la vida hay que tomar una firme decisión sobre qué caminos elegir a cambio de despreciar otros. Lo importante es saber qué camino elegir, qué fines perseguimos en la vida y qué pasos vamos dando para alcanzarlos. Una vez elegido un camino, siempre hay que ser fiel a él. Por muy costoso o difícil que nos parezca elegir un camino, siempre será mejor que intentar abarcarlo todo.

5 de julio de 2014

VUELO NOCTURNO

Una noche, un avión cruzaba el océano Atlántico. Los pasajeros estaban disfrutando de la cena, se escuchaba una música suave y la atmósfera era relajada y serena. De pronto, los sistemas de comunicación y dirección del aparato fallaron y el panel se quedó en blanco.
El ingeniero de vuelo no pudo reparar la avería. El piloto se sintió presa del pánico. ¿Cómo iba a conseguir llegar a su destino? Estaba sobrevolando el océano en una noche oscura sin señales que le guiaran. Pidió a la azafata que averiguara si entre los pasajeros había algún experto en electrónica.
Después de unos instantes de ansiedad, entró un pasajero en la cabina.
—¿Es usted experto en electrónica? –preguntó el piloto.
—No, señor –respondió el pasajero–. No sé absolutamente nada de esas cosas.
—Entonces, ¿qué está usted haciendo aquí? –preguntó el piloto.
—Dígame cuál es el problema. Quizá pueda ayudarle –indicó el pasajero.
El piloto gritó furioso:
—¡Si no sabe nada de electrónica, salga de la cabina! ¡No me sirve!
El pasajero dijo serena y cortésmente:
—Dígame, por favor, cuál es el problema. Creo que puedo ayudarle.
—¿Es que no lo ve por sí mismo? –saltó destemplado el piloto–. Todos los instrumentos han dejado de funcionar. No sabemos dónde estamos. Nos encontramos perdidos sobre el océano en medio de la noche.
—Bien, pero yo puedo ayudarle. –dijo el pasajero–. Conozco algo que nunca falla. No ha fallado nunca en el pasado ni fallará en el futuro.
El piloto clavó en él su mirada incrédulo:
—¿De qué está hablando? –preguntó.
—El cielo, amigo –repuso el extraño–. Las estrellas nos guiarán. Muéstreme su mapa de ruta sobre el océano y nuestro punto de destino.
El pasajero, una persona de aspecto corriente, era astrónomo. Se sentó junto al piloto con el mapa en su regazo y los ojos clavados en el cielo. Firme y hábilmente, dirigió el vuelo del piloto. Al amanecer, el avión aterrizaba puntual en su destino.
 
  • REFLEXIÓN: Podemos aprender a no confiar únicamente en la tecnología y en lo material para resolver todos los problemas de la existencia humana. Los científicos y técnicos no poseen por sí mismos la clave de nuestra salvación. Tenemos necesidad también de otro tipo de conocimiento, quizá más espiritual, aquel que nos haga elevar la vista al cielo y contemplar otras realidades divinas. Para alcanzar nuestro destino tenemos que alzar los ojos por encima de las realidades terrenas y consultar las señales celestes.

20 de junio de 2014

LOS SALVADORES

Cuando los seres humanos hicieron su aparición en la superficie de la tierra, los animales se alarmaron. Vivir al aire libre ya no sería seguro para ellos.
Los topos fueron los que más se inquietaron. Su jefe, asustado, les dirigió la palabra:
—Amigos, ya no estamos seguros viviendo en la superficie de la tierra. No sobreviviremos con tantas amenazas contra nuestra salud y bienestar. La única solución es retirarnos. Horademos la tierra, y allí podremos vivir protegidos de este entorno corrompido y peligroso.
Los topos abrieron túneles debajo de la superficie de la tierra y comenzaron su existencia oculta y subterránea. Aislados del mundo exterior, su vida era difícil, pero se sentían seguros. Para amoldarse al nuevo entorno tuvieron que desarrollar formas de vida y de trabajo diferentes. Hubieron de formular una nueva filosofía de la vida y adoptar un nuevo sistema de valores. Había poco aire para respirar y el alimento escaseaba. A fin de sobrevivir, era esencial formar una comunidad robusta. Los topos tenían prohibidas las amistades personales, las relaciones íntimas y una vida social activa. Su vida estaba sometida a una fuerte disciplina y reglamentación. Sus líderes no cejaban de insistir en la propaganda:
—Queridos hermanos y hermanas topos, somos seres afortunados. Nos hemos salvado de la contaminación y los peligros del mundo exterior. Somos una especie elegida. Fuera, en el mundo, nuestros hermanos y hermanas animales están amenazados y corrompidos. Solamente nosotros llevamos una vida sana, pura y plena. Dios nos ha salvado de la corrupción del mundo para que sirvamos de inspiración a otros y sigan nuestro ejemplo.
Todos los topos se hicieron eco de estas alentadoras consignas.
—Hemos sido salvados de la corrupción y de los peligros del mundo. Somos una especie elegida. Servimos de modelo a otros para que sigan nuestro ejemplo.
Tal fue su entusiasmo que muchos topos se levantaron y dijeron a sus compañeros:
—Si a esos infelices animales de fuera pudiéramos mostrarles la calidad de nuestras vidas, la fuerza de nuestra comunidad, la felicidad de nuestra existencia, fácilmente seguirían nuestro ejemplo y se salvarían. ¡Ea! Salgamos a ese mundo malvado a predicar nuestro mensaje de salvación a nuestros hermanos y hermanas para traerlos a nuestras madrigueras.
Los topos salieron a la superficie llenos de celo e interés por sus hermanos y hermanas de la tierra. Al dejar la oscuridad y encontrarse con la luz del sol, los ojos les picaban por la intensidad de los colores, los oídos les dolían por lo desacostumbrado de los sonidos, sus pulmones se asfixiaban por las ráfagas de aire fresco y su negra y gruesa piel les hacía imposible soportar la fuerza del sol. Se retiraron a sus madrigueras tan pronto como pudieron, y nunca más se los volvió a ver en la superficie de la tierra.
 
  • REFLEXIÓN: Si tenemos algo importante que decir a la gente, hemos de estar en contacto con la realidad de su vida. Los verdaderos principios y valores son abiertos y no necesitan ser inculcados. No necesitan ideologías, comunidades altamente organizadas ni técnicas de lavado de cerebro para expresar y difundir su mensaje. Son un valor por sí mismos.

2 de junio de 2014

UN MATRIMONIO FELIZ

Dios observaba que aquel matrimonio se llevaba muy bien desde hacía muchos años y quiso hacerles un regalo. Envió al pájaro del bosque para que, volando sobre ellos, les hiciese llegar un pedacito del arcoíris. Y les dijo: 
—«La hondura de vuestro amor ha llegado hasta mí. Vuestra presencia será curativa para todo el poblado. Los enfermos quedarán sanos cuando os presentéis juntos ante ellos».
En efecto, así fue: cada vez que alguien caía enfermo llamaban a esta pareja que se presentaba ante el enfermo con su arcoíris y la enfermedad desaparecía.
Pero un día en que la mujer había ido a por agua al pozo, que estaban bien lejos, llegaron unos enviados gritando que el hijo del jefe estaba enfermo. El hombre intentó explicarles que faltaba su mujer, que sin ella su presencia no era eficaz, pero los enviados tenían orden del jefe de volver cuanto antes y forzaron al hombre a ir solo ante el enfermo. Pudo llevarse el pedacito de arcoíris, pero por mucho que quiso, el niño no mejoró. El jefe se enfadó, dijo que era un impostor y lo metió en la cárcel. Al rato, informada por las vecinas de lo que había pasado, también la mujer llegó a casa del jefe y pidió ver a su marido, pero el jefe se opuso y quiso que primero curase a su hijo. Ante él se presentó con el pedacito de arcoíris, pero tampoco ella consiguió nada, así que siguió el mismo camino que su marido y terminó en la cárcel.
El arcoíris, después de que el jefe intentase sin éxito hacerlo funcionar con todas las palabras mágicas que sabía, fue pintado de negro y enterrado para siempre.
En la cárcel, el hombre y su mujer se dijeron que a pesar del maltrato del jefe y de no tener el arcoíris seguían deseando el bien del niño y siguieron pidiendo por él. Esta vez el niño mejoró.
El jefe, al ver lo sucedido, les dejó salir, les pidió perdón y les hizo muchos regalos. Pero ellos estaban asombrados: ¿Cómo era posible que el niño se hubiese curado sin que ellos tuviesen el arcoíris?
Y Dios les respondió:
—«El arcoíris no tenía ningún poder, era simplemente un regalo, un signo visible de lo que de verdad cura, que es vuestro amor».
 
  • REFLEXIÓN: Muchas veces nos aferramos a ciertos objetos que nos sirven de amuletos y a los que dotamos con falsos poderes. En este caso el arcoíris no tenía ningún poder real, el verdadero poder curativo lo ejerció el amor. Y es que hay personas que realmente ayudan a otros solamente ofreciendo cariño, afecto, comprensión, cercanía. ¿Cuántas personas conocemos que nos impresionan por la calidad de su amor?

22 de mayo de 2014

LO QUE NO COMPRA EL DINERO

Alejandro era un hombre corriente. Tenía poco dinero, pero mucha felicidad. Estaba contento y satisfecho de su vida. Un día, mientras paseaba por la calle, se encontró unos billetes entre la basura. Sorprendido y sin darle crédito, cogió el puñado de billetes. Su primer impulso fue llevarse el dinero a casa; pero, después de un instante, mirando el dinero que tenía en sus manos, le habló así:
Eres un tesoro; pero, ¿realmente te necesito? Hasta hoy nunca te he tenido, y he sido perfectamente feliz, mientras que he visto a muchos de mis vecinos cargados de billetes como vosotros, y sin embargo desdichados. No quiero ser como ellos. Prefiero ser lo que soy sin vosotros a ser lo que ellos son con vosotros. No, no os necesito.
Y, sin más, arrojó los billetes a la basura.
Los billetes se sintieron muy ofendidos. Jamás antes se habían visto tratados de aquella vil manera. Airados, le gritaron a Alejandro:
¿Quién te crees que eres? ¡Debes ser un completo idiota! Cualquier otro nos deseará y querrá poseernos. ¿Cómo te atreves a tratarnos así? Te maldecimos. Serás un desgraciado por habernos rechazado. ¿Ignoras que el dinero puede comprar todo lo que este mundo ofrece? El dinero abre la puerta del placer, el prestigio y el poder. Si nos posees, nunca te faltará nada de lo que los hombres pueden apetecer. El dinero da la felicidad. No seas necio. Cógenos y llévanos a tu casa.
Alejandro replicó:
Tenéis razón en cierto modo. El dinero puede realmente comprar todas las cosas que este mundo ofrece; sin embargo no puede comprar los deseos más hondos del corazón de una persona. Mi corazón se ha sentido siempre satisfecho a pesar de no teneros nunca.
¡Mentiroso! -dijeron los billetes-. ¿Qué sabes tú del mundo y de sus placeres? Vamos; dinos lo que no podemos comprarte.
Alejandro sonrió tranquilamente mirando a los billetes dentro del basurero.
Es verdad que el dinero podría comprarme un lecho de oro, pero no podría comprarme el profundo sueño del que disfruto.
El dinero puede comprar cosméticos, pero no puede comprar mi robusta complexión.
El dinero puede comprar una casa suntuosa, pero no puede comprar la felicidad de mi hogar.
El dinero puede comprar el sexo, pero no puede comprar el amor de mi matrimonio.
El dinero puede comprar a la gente, pero no puede comprar la lealtad de mis amigos.
El dinero puede comprar libros, pero no puede comprar conocimientos y sabiduría.
El dinero puede comprar vestidos extravagantes, pero no puede comprar la dignidad personal.
El dinero puede comprar diversiones ocasionales, pero no puede comprar la alegría y la paz interiores.
El dinero puede comprarme un caro funeral, pero no puede comprarme la muerte feliz que espero tener.
En otras palabras, todo lo que vale la pena, lo que es realmente precioso en mi vida, tú, dinero, no puedes comprarlo. Sólo puedes introducirte falazmente en la vida de gente “inteligente”, induciéndoles a creer que puedes dar lo que no está en tu poder. Eres un embustero y un mentiroso. Quédate donde estás, que es donde te corresponde: en el basurero.
Dicho esto, Alejandro prosiguió su camino silbando alegremente.
 
  • REFLEXIÓN: Es preferible tener un alto nivel de vida a un alto nivel de medios de vida. Hemos de aprender a poseer dinero sin que seamos poseídos por él. Un buen aprendizaje es tener sólo lo que realmente necesitamos. Uno de los criterios para ello es lo que necesitamos hacer para conseguirlo y lo dispuestos que estamos a compartirlo cuando lo tenemos. Resumiendo, lo que importa es lo que somos y no lo que tenemos.

16 de mayo de 2014

EL HOMBRE DEL ESPEJO

Había una vez un hombre solitario que no había visto nunca un espejo y no sabía cuál era su aspecto externo, más que por el difuso reflejo en el agua. Era un hombre solitario que no tenía ningún amigo.
Un día decidió ir a buscar algún hombre para hacerse amigo suyo, y se encaminó hacia la ciudad. El azar quiso que se encontrara antes con el carro de un feriante, que se había ausentado de él unos momentos para ir a comprar comida.
¡Cuántos colores! ¡Qué carro tan bonito! El hombre que vive en un carro con tantos colores debe ser alegre, simpático y bueno –se dijo–. Voy a hacerme amigo suyo.
Entró en el carro. Era uno de esos carros llenos de espejos que desfiguran la imagen para el alborozo de cuantos niños o mayores los visitan.
¡Ah! ¡Cuántos hombres viven dentro y qué distintos!... ¿Por qué no me saludan cuando entro en su casa? –pensó con desconfianza.
Cuando se fijó en las caras de los hombres de los espejos, los vio a todos desconfiando y preguntándose por qué ese extraño permanecía mudo al entrar en su casa.
El hombre, sonriendo forzadamente, avanzó un paso con la intención de saludar a aquellos hombres, pero al verles avanzar a todos al tiempo hacia él, con una sonrisa forzada en los labios, se asustó y dando un brusco giro sobre sus talones, salió corriendo del carro y se alejó del lugar en dirección a su casa de la montaña.
Al instante se le quitaron los deseos de conocer a otros hombres y de tener amigos.
Mientras se alejaba hacia su retiro solitario, comentaba para sí: «No me gustan los hombres que no saludan cuando te los encuentras y que te miran con cara de desconfianza. No me gustan los que sonríen forzadamente y se acercan a ti con oscuras intenciones. A mí me hubiera gustado tener un amigo cordial, confiado y con una sonrisa luminosa y sincera»
Y el hombre nunca volvió a buscar un amigo, porque se había asustado de su único amigo conocido hasta el momento: él mismo.
 
  • REFLEXIÓN: ¿Alguna vez has sido tú esa persona que atribuye a los demás los temores y desconfianzas que lleva dentro? Seguro que alguna vez te habrás sorprendido con esa inseguridad que tratas de achacar al otro, siempre es el otro el culpable de todos nuestros males. Quizá podríamos aprender a vernos primero por dentro, mirar lo que nos atemoriza, nos hace desconfiar y nos crea inseguridad, sólo después podremos ver y juzgar las actitudes de los demás para con nosotros.

24 de abril de 2014

¿SUEÑO O REALIDAD?

Hace innumerables años, entre la multitud de galaxias y estrellas del universo, había un pequeño planeta. En él habitaban dos razas inteligentes y apacibles, llamadas los “diurnos” y los “nocturnos”. Sus diferencias se completaban mutuamente, y vivían en armonía y paz.
Los diurnos permanecían conscientes y activos sólo durante las horas del día. Apenas el sol se hundía tras el horizonte, entraban en un sueño profundo y sin sueños, del que nada podía sacarlos hasta el amanecer.
Tan pronto como la primera claridad de la mañana rozaba sus párpados, los diurnos se despertaban y reanudaban sus actividades sin tener idea de las largas horas pasadas en la oscuridad. Vivían en la ilusión de que la vida constaba sólo de ininterrumpida claridad.
Por el contrario, los nocturnos se volvían activos sólo cuando el sol desaparecía y las tinieblas cubrían el planeta. En el momento en que iba a salir el sol se quedaban dormidos, y así permanecían olvidados de todo, hasta que la última claridad del día se disipaba. Creían que la oscuridad de la noche era la única realidad. No tenían idea de las horas de claridad que transcurrían mientras ellos permanecían dormidos.
Los diurnos y los nocturnos eran creadores e inteligentes. En el trascurso de los años exploraron el mundo en el que vivían y aprendieron a estimar sus múltiples maravillas.
A los nocturnos les entusiasmaba la majestad del cielo. Llegaron a ser grandes astrónomos y escribieron eruditos tratados sobre las leyes y movimientos del firmamento nocturno. Les encantaba la pálida belleza de un paisaje lunar, el claroscuro de la luz y la sombra de las cumbres de las montañas. Escribieron sublimes poesías cantando el rielar de las estrellas en el agua y los secretos misterios de la selva.
Los diurnos celebraban la claridad y el calor de su mundo. Compusieron doctos volúmenes sobre el calor y la luz. En poemas y cuadros pintaron los delicados matices de las alas de las mariposas, el hermoso colorido de las flores silvestres, los múltiples tonos verdes del dosel de la selva. Cantaron los cielos azules y los jardines inundados de sol.
Pero, al fin, llegó un momento en que los diurnos descubrieron las obras científicas y literarias de los nocturnos. Según las leían, su curiosidad se trocaba gradualmente en asombro y confusión.
“¿Qué es todo esto?”, se preguntaron. “¡Constelaciones! ¡Estrellas! ¡Luna llena! ¡Corrientes plateadas!”.
Investigaron e investigaron, pero no lograron descubrir el paradero de las estrellas y las galaxias. No consiguieron descubrir montañas bañadas por la claridad de la luna o lagos serenos bajo la oscuridad del firmamento.
Al final, decepcionados y pensativos, se dijeron: “Esta gente son mercaderes de sueños y cuentistas. Ignoran la realidad. No pueden decirnos nada de nuestro mundo”.
También los nocturnos descubrieron las obras de los diurnos. En vano intentaron descubrir firmamentos azules y la claridad del sol. Buscaron setos salpicados de flores de brillantes colores y escudriñaron las copas de los árboles intentando sorprender el tornasolado destello de las alas de un águila real. “Estas obras no tienen sentido”, se dijeron cuando todos sus esfuerzos hubieron fracasado. “Los que han escrito estos libros o son mentirosos o locos. Los ignorantes no tienen idea del mundo real”.
Los diurnos y los nocturnos dejaron de explorar los misterios de la naturaleza. No escribieron ya poesías ni estudiaron su entorno. En lugar de ello se pasaban el tiempo redactando largas críticas sobre las obras de los otros, impugnando y refutando sus percepciones y valoraciones.
Se volvieron suspicaces unos de otros y sus críticas se hicieron cada vez más hostiles y abusivas. Surgieron enemistades entre ellos, hasta que al final se dijeron: “Esta gente es peligrosa. Socavan nuestras firmes creencias y tradiciones. Si les dejamos, subvertirán nuestro sistema de valores y destruirán nuestra cultura. Son una amenaza para la sociedad civilizada”.
Estalló la guerra entre los diurnos y los nocturnos. Fue una guerra extraña, silenciosa y a sangre fría, más destructora que las guerras libradas con bombas, fusiles y espadas. Por la noche, los nocturnos asesinaban a los dormidos diurnos, y durante el día los diurnos mataban a los indefensos nocturnos.
Así fue como la vida quedó destruida en su mundo. El planeta siguió girando, silencioso y desierto, entre las esferas, sin nadie que cantara las deslumbrantes maravillas del día y los misterios nocturnos de la claridad lunar.
 
  • REFLEXIÓN: Nuestras ideas acerca de la realidad están condicionadas por la sociedad en la que hemos nacido, por nuestro medio cultural y religioso, por la época y el lugar en que vivimos. Los diurnos y los nocturnos eran correctos en sus afirmaciones, pero sólo conocían la mitad de lo que había que conocer. Hay que valorar los distintos puntos de vista y no negarlos pues nos privamos a nosotros mismos de crecer en comprensión y conocimiento, por eso lo mejor es el diálogo y el entendimiento para comprender las diferencias y la realidad en su conjunto.

9 de abril de 2014

LA CIUDAD DE LOS POZOS

Aquella ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Aquella ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes... Pero pozos al fin. Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que estaban excavados, sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior).
Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las noticias corrían rápidamente de punta a punta del poblado.
Un día, llegó a la ciudad una “moda” que seguramente había nacido en algún pueblecito humano.
La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se preciara debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no era lo superficial sino el contenido. Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente, los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Pasó el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron hasta tal punto que ya no podían incorporar nada más.
Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, otros pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior...
Uno de ellos fue el primero. En lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No pasó mucho tiempo hasta que la idea empezó a ser imitada. Todos los pozos utilizaban gran parte de sus energías en ensancharse ara poder hacer más espacio en su interior. Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas que se ensanchaban desmedidamente. Él pensó que si seguían ensanchándose de aquella manera, pronto se confundirían los bordes de los distintos pozos y cada uno perdería su propia identidad...
Quizá a partir de esa idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo más profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo tenía que vaciarse de todo contenido...
Al principio tuvo miedo al vacío. Pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo. Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...
Un día, algo sorprendió al pozo que crecía hacia dentro. Dentro, muy dentro y muy en el fondo... ¡encontró agua! Nunca antes otro pozo había encontrado agua.
El pozo superó su sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo sus paredes, salpicando sus bordes y, por último, sacando el agua hacia fuera. La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa. Así que la tierra que rodeaba al pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.
Las semillas de sus entrañas brotaron en forma de hierba, de tréboles, de flores y de tronquitos endebles que se convirtieron en árboles después...
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo, al que empezaron a llamar “el vergel”. Todos le preguntaban cómo había conseguido aquel milagro.
—No es ningún milagro –contestaba el vergel–. Hay que buscar en el interior, hacia lo profundo.
Muchos quisieron seguir el ejemplo de aquel pozo, pero desestimaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ser más profundos tenían que vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más, para llenarse de más y más cosas...
En la otra punta de la ciudad, otro pozo decidió correr también el riesgo de vaciarse... Y también empezó a profundizar... Y también llegó al agua... Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...
—¿Qué harás cuando se termine el agua? –le preguntaban.
—No sé lo que pasará –contestaba–. Pero, por ahora, cuanta más agua saco, más agua hay.
Pasaron unos meses antes del gran descubrimiento. Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma... Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro. Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto.
Habían descubierto la comunicación profunda que sólo consiguen aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar...
 
  • REFLEXIÓN: Y nosotros ¿tenemos el valor de arriesgarnos a vaciarnos de todas aquellas cosas que nos mantienen atados y esclavizados? ¿De buscar en lo profundo de nosotros para dar lo mejor que tenemos?

9 de marzo de 2014

EL ALPINISTA

Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua inicio su travesía, después de años de preparación, pero quería la gloria para el solo, por lo tanto subió sin compañeros.
Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde, y no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo decidido a llegar a la cima. Le oscureció, la noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada.
Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las nubes cubrían las estrellas.
Subiendo por un acantilado, a solo cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires... caía a una velocidad vertiginosa, solo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos, de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos... ¡SI!, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar:
—¡Ayúdame, Dios mío...!
De repente, una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
—¿Qué quieres que haga, hijo mío?
—¡Sálvame Dios mío!
—¿Realmente crees que te pueda salvar?
—¡Por supuesto Señor!
—Entonces corta la cuerda que te sostiene...
Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda, reflexionó... y no se soltó.
Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... ¡y a tan solo ¡dos metros del suelo!
 
  • REFLEXIÓN: A veces, la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente, creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Tendemos a aferrarnos a ideas, personas o vivencias. Nos anclamos a lo que a no sirve o no está porque nos da miedo lo desconocido. En realidad, actuamos así porque una parte de nosotros no confía en nuestra fuerza y capacidad de salir adelante en nuevas situaciones.

21 de febrero de 2014

LOS DOS LOBOS

Un indio muy sabio se encontraba enseñando a su pequeño nieto una de las lecciones más importantes de la vida.
Le contó al pequeño niño la siguiente parábola:
Existe una pelea dentro de cada uno de nosotros. Es una terrible pelea entre dos lobos -le dijo-. Un lobo es malo. Es furia, rabia, envidia, remordimiento, avaricia, arrogancia, autocompasión, resentimiento, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El segundo lobo es bueno. Es alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, empatía, verdad, compasión y fe.
El nieto pensó sobre esto un momento. Entonces le preguntó al abuelo:
¿Qué lobo ganará ésta pelea?
El abuelo indio simplemente respondió:
El que tú alimentes.
 
  • REFLEXIÓN: Así es el alma humana, un lado bueno y otro malo... de nosotros depende que "alimentemos" nuestro lado oscuro o nuestro lado amable y positivo. Por esto, ten cuidado con la cara que muestras al mundo porque ella terminará forjando tu carácter.

12 de febrero de 2014

EL CUCO EN LIBERTAD

Un día una chica paseaba por el bosque, cuando oyó a un cuco. Alzó la vista y vio al pájaro volando de rama en rama y cantando alegremente.
—Cuco, ¿no quieres decirme dónde está tu casa? –preguntó la chica.
—¿Mi casa? ¡El bosque entero es mi casa! –respondió el pájaro.
—Mi abuelo tiene un cuco en casa –dijo la chica–. Vive en un pequeño nido encima del reloj y no sale nunca de casa. No se pasa todo el día cantando como lo haces tú. Sólo canta una vez cada hora.
—¡Ah! –dijo el cuco–. ¿Te refieres a un cuco que vive dentro del reloj y canta la hora?
—Sí; así es –respondió la chica–. Es muy bonito y canta magníficamente.
El cuco meneó la cabeza.
—Puede que sea cierto; pero él no es real –dijo.
—¿Qué quieres decir con real? –preguntó la chica.
El cuco se explicó pacientemente.
—No puede volar como yo adondequiera. No tiene amigos. No pone huevos. No sabe amar ni puede sufrir. Su canto es monótono, sin sentimiento.
La chica se quedó perpleja.
—Pero, ¿no es estupendo tener una bonita casita, cantar cada hora y ser estimado por la gente?
—En absoluto –repuso el cuco–. Es mejor ser libre que tener una casa, cantar cuando a uno le place y no sólo al dar la hora, cuidar de otros en vez de que cuiden de ti, ser amado en lugar de ser estimado.
—Me gustas, cuco –dijo la chica–. Te quiero. Vente a mi casa y canta para mí todas las horas. Te daré un sitio donde estar. Seré tu amiga y tú serás mi amigo.
El cuco contestó:
—Si realmente eres mi amiga y me quieres, entonces no me prives de mi libertad. Déjame ser yo mismo. Si me quieres y deseas ser mi amiga, yo iré a tu jardín a cantar para ti. Iré a verte y a decirte que te quiero. Puede que mis visitas no sean regulares; pero ten la seguridad de que mi canto será más delicioso que el canto del cuclillo de tu reloj, y que mis visitas te procurarán más alegría que la presencia muerta del cuclillo encerrado para siempre en tu casa. Nuestra amistad será dulce, cálida y afectuosa.
—¿Quieres decir real? –dijo la chica.
—Sí, será real –respondió el cuco.
 
  • REFLEXIÓN: Todos necesitamos libertad para llegar a ser personas reales y llenas de vida. La vida que es resguardada del dolor, la aflicción y el riesgo se ve privada también de libertad y de la plena alegría de la vida. Por otro lado el verdadero amor respeta la espontaneidad y la libertad en el modo de darse y en el modo de recibir.

28 de enero de 2014

SI YO CAMBIO, CAMBIA EL MUNDO

Un maestro sufí dijo acerca de sí mismo: De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: «Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo».
A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: «Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho».
Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: «Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo».
Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida.
 
  • REFLEXIÓN: Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo, que es lo más importante que deberíamos hacer. Mis pequeñas aportaciones son significativas para otros.

10 de enero de 2014

TIMOTEO EL AMBICIOSO

Timoteo era un hombre ambicioso. Nunca tenía suficiente dinero y posesiones. Constantemente discutía con sus vecinos sobre cuestiones monetarias.
Un día uno de sus enemigos decidió acabar con Timoteo. Con gran astucia, se presentó ante él con un pequeño pez de oro en un vaso de cristal. Le dijo:
—Timoteo, cuando este pez de oro alcance su tamaño total y muera de muerte natural, su cuerpo se convertirá en oro puro. Tú serás rico como jamás lo soñaste.
La insaciable ambición de Timoteo se impuso a su sentido común y se creyó la historia del pez de oro. Lo contemplaba de cerca con alegría y agradecimiento a su enemigo.
Se llevó el pez a su casa y lo metió en un pequeño recipiente. Lo alimentó generosamente, y, con gran contento suyo, fue creciendo y creciendo hasta que se hizo demasiado grande para el recipiente. Con gran dispendio hizo construir un depósito para el pez, y luego un pequeño lago. Constantemente soñaba con el día en que había de conseguir su oro.
Pasados muchos años, Timoteo había gastado todos sus ahorros y se había pasado los días alimentando y cuidando al pez, que continuamente crecía y creía. Deseaba que se muriera para poder, al fin, hacerse rico. Al final, en bancarrota y viejo, Timoteo se murió antes que el pez.
Nunca se dio cuenta de que su enemigo le había obsequiado con una ballena.
 
  • REFLEXIÓN: La mayoría de nosotros somos como Timoteo. Sacrificamos lo mejor que tenemos (tiempo, energías, amor y amistad) persiguiendo una riqueza que nunca conseguimos. La felicidad no consiste en tener lo que queremos, sino en querer lo que tenemos.