Había una vez un hombre solitario que no había visto nunca un espejo y no sabía cuál era su aspecto externo, más que por el difuso reflejo en el agua. Era un hombre solitario que no tenía ningún amigo.
Un día decidió ir a buscar algún hombre para hacerse amigo suyo, y se encaminó hacia la ciudad. El azar quiso que se encontrara antes con el carro de un feriante, que se había ausentado de él unos momentos para ir a comprar comida.
¡Cuántos colores! ¡Qué carro tan bonito! El hombre que vive en un carro con tantos colores debe ser alegre, simpático y bueno –se dijo–. Voy a hacerme amigo suyo.
Entró en el carro. Era uno de esos carros llenos de espejos que desfiguran la imagen para el alborozo de cuantos niños o mayores los visitan.
¡Ah! ¡Cuántos hombres viven dentro y qué distintos!... ¿Por qué no me saludan cuando entro en su casa? –pensó con desconfianza.
Cuando se fijó en las caras de los hombres de los espejos, los vio a todos desconfiando y preguntándose por qué ese extraño permanecía mudo al entrar en su casa.
El hombre, sonriendo forzadamente, avanzó un paso con la intención de saludar a aquellos hombres, pero al verles avanzar a todos al tiempo hacia él, con una sonrisa forzada en los labios, se asustó y dando un brusco giro sobre sus talones, salió corriendo del carro y se alejó del lugar en dirección a su casa de la montaña.
Al instante se le quitaron los deseos de conocer a otros hombres y de tener amigos.
Mientras se alejaba hacia su retiro solitario, comentaba para sí: «No me gustan los hombres que no saludan cuando te los encuentras y que te miran con cara de desconfianza. No me gustan los que sonríen forzadamente y se acercan a ti con oscuras intenciones. A mí me hubiera gustado tener un amigo cordial, confiado y con una sonrisa luminosa y sincera»
Y el hombre nunca volvió a buscar un amigo, porque se había asustado de su único amigo conocido hasta el momento: él mismo.
Un día decidió ir a buscar algún hombre para hacerse amigo suyo, y se encaminó hacia la ciudad. El azar quiso que se encontrara antes con el carro de un feriante, que se había ausentado de él unos momentos para ir a comprar comida.
¡Cuántos colores! ¡Qué carro tan bonito! El hombre que vive en un carro con tantos colores debe ser alegre, simpático y bueno –se dijo–. Voy a hacerme amigo suyo.
Entró en el carro. Era uno de esos carros llenos de espejos que desfiguran la imagen para el alborozo de cuantos niños o mayores los visitan.
¡Ah! ¡Cuántos hombres viven dentro y qué distintos!... ¿Por qué no me saludan cuando entro en su casa? –pensó con desconfianza.
Cuando se fijó en las caras de los hombres de los espejos, los vio a todos desconfiando y preguntándose por qué ese extraño permanecía mudo al entrar en su casa.
El hombre, sonriendo forzadamente, avanzó un paso con la intención de saludar a aquellos hombres, pero al verles avanzar a todos al tiempo hacia él, con una sonrisa forzada en los labios, se asustó y dando un brusco giro sobre sus talones, salió corriendo del carro y se alejó del lugar en dirección a su casa de la montaña.
Al instante se le quitaron los deseos de conocer a otros hombres y de tener amigos.
Mientras se alejaba hacia su retiro solitario, comentaba para sí: «No me gustan los hombres que no saludan cuando te los encuentras y que te miran con cara de desconfianza. No me gustan los que sonríen forzadamente y se acercan a ti con oscuras intenciones. A mí me hubiera gustado tener un amigo cordial, confiado y con una sonrisa luminosa y sincera»
Y el hombre nunca volvió a buscar un amigo, porque se había asustado de su único amigo conocido hasta el momento: él mismo.
- REFLEXIÓN: ¿Alguna vez has sido tú esa persona que atribuye a los demás los temores y desconfianzas que lleva dentro? Seguro que alguna vez te habrás sorprendido con esa inseguridad que tratas de achacar al otro, siempre es el otro el culpable de todos nuestros males. Quizá podríamos aprender a vernos primero por dentro, mirar lo que nos atemoriza, nos hace desconfiar y nos crea inseguridad, sólo después podremos ver y juzgar las actitudes de los demás para con nosotros.