25 de octubre de 2014

LA PRINCESA FEA

Había una vez una hermosa princesa. Era la joven más guapa del mundo. Su madrastra tenía envidia de la hermosura de la princesa, y desde los días de su niñez no cesaba de repetirle:
—¡Qué fea eres! ¡Eres fea, feísima! Eres tan fea que la gente no puede soportar verte.
Y no sólo eso, sino que además ordenó a todos los cortesanos de palacio que dijeran lo mismo, por lo que todo el que se encontraba con la princesa le decía que era muy fea.
La princesa se convirtió en una hermosa mujer, pero estaba desesperada.
—Soy fea –se decía llorando–. Soy tan fea que nunca gustaré a nadie. Nadie me amará nunca. Nadie querrá casarse conmigo.
Al final su pena fue tan grande que se escondió en las mazmorras del palacio a fin de que nadie pudiera volver a verla. Allí permanecía, sola y odiándose por lo fea que se creía.
Al morir la reina, algunas personas de buen corazón del palacio fueron a ver a la princesa.
—Vuestra madrastra os odiaba, pero ahora ha muerto –le dijeron–. Lo que ella os decía es mentira. No sois fea. Sois muy hermosa. Sois la joven más hermosa que jamás se ha visto.
La princesa se negaba a creerles.
—Sé que no es verdad. ¿No veis lo fea que soy? Por favor, dejadme morir sola con mi dolor y mi fealdad.
Un día un apuesto príncipe visitó el palacio, y la gente le habló de la princesa que vivía en las mazmorras. Bajó a verla, y apenas la vio se sintió hechizado.
—Sois encantadora –le dijo–. Sois tan hermosa, tan hermosísima, que no puedo apartar mis ojos de vos.
La princesa se cubrió el rostro con sus manos y se echó a llorar.
—Haced el favor de iros –dijo–. Sé lo fea que soy. Por favor, no sigáis burlándoos de mí y dejadme sola. Soy la mujer más fea del mundo. Sé que lo soy.
Pero el príncipe no quiso irse. Se acercó más a ella, cautivado por su belleza.
—Sois hermosa –murmuró–. Sois muy, muy hermosa, creedme.
—¡No, no! ¿Por qué me hacéis esto? –gimió la princesa–. Por favor, no me atormentéis así. Marchaos, os lo suplico.
El príncipe la rodeó con sus brazos y la miró fijamente.
—Sois hermosa –suspiró–. Sois la mujer más hermosa del mundo.
Por fin, al oír el amor y la ternura de su voz, la princesa alzó la mirada hacia él. Entonces, reflejada en los ojos de su enamorado, vio su propia imagen por primera vez. Se sintió confusa, y luego asombrada. Miraba fijamente el rostro reflejado en las pupilas de él, y lentamente cayó en la cuenta de que el bello rostro que allí veía era el suyo. Se echó a reír de sorpresa y alegría.
—Soy hermosa –decía–. Soy hermosa de verdad.
 
  • REFLEXIÓN: Las personas somos como espejos psicológicos unas para otras. La retroacción positiva, la aceptación y el amor forman una imagen propia positiva. La retroacción negativa, la crítica destructora y la repulsa forman una imagen propia negativa. Cuando la princesa se vio fea a los ojos de los demás, comenzó a creer que verdaderamente lo era, y ello afectó a su comportamiento para con los otros. La autoimagen negativa se incrusta fácilmente. Sólo con paciencia y con un amor persistente se logra que una persona vea su verdadera imagen y se acepte como es. Para hacer ver la belleza de otra persona, necesitamos reconocer y admitir el valor de esa persona.