31 de diciembre de 2016

SIGUE ADELANTE

Era un humilde leñador que siempre cortaba madera en el mismo bosque, desde hacía años. Vivía muy pobremente y apenas podía alimentar a los suyos, a pesar de que trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer. Cierto día, apareció un ermitaño y le dijo:
—Amigo leñador, sigue adelante.
En aquel momento el leñador no prestó especial atención a esas palabras, pero al día siguiente, al acudir al bosque, las recordó y decidió penetrar un poco más. Así encontró un bosque de árboles de madera de sándalo, la madera más cara y preciada de las existentes, exquisita y olorosa. Pero dos días después recordó otra vez el consejo del ermitaño, siguió adelante y encontró una mina de plata. Así consiguió medios para alimentarse mejor a sí mismo y a su familia.
Una semana después, otra vez vinieron a su mente las palabras del ermitaño y decidió internarse aún más en el bosque. Halló entonces una mina de oro. Se hizo un hombre rico. Pero he aquí que todavía un mes después volvió a recordar la advertencia: «Sigue adelante». Así lo hizo y fue a dar con una mina de diamantes que le hizo fabulosamente acaudalado.
 
  • REFLEXIÓN: No te dejes vencer por la pereza, la desidia, la falta de confianza y la insuficiente motivación. Siempre hay que «seguir adelante», superando carencias emocionales, profundas contradicciones anímicas o condicionamientos, que son sólo obstáculos que te impiden seguir adelante y sacar lo mejor de ti mismo en cada situación.

20 de diciembre de 2016

¿LEÑADOR O JARDINERO?

Una vez había un arbolito de la familia de los frutales. Los árboles de esta familia suelen ser muy pobrecitos durante sus primeros inviernos.
Aún sin fruta para el fin del verano, el otoño los desnuda de todas sus hojas, y quedan así que parecen secos. Tan pobres que ni siquiera pueden dar sombra, ni albergar un nido. El arbolito del que hablamos era de esta familia. Sus ramas se abrían hacia el cielo como una mano sin nada dentro, en signo de esperar algo que tendría que venir de arriba. Parecía que, como no tenía nada que ofrecer, tampoco nadie le daba nada. 
Algún que otro pájaro a veces detenía su vuelo, pero sólo por algunos momentos; y entonces el arbolito soñaba que entre sus dedos arrugados por el frío, tenía por fin una fruta de colores. Pero sabía bien que eso era sólo un sueño y que el pájaro abriría sus alas, se marcharía y que él quedaría de nuevo solo. 
Ocurrió que una mañana alguien vino a visitarlo. Una mañana de frío, de esas en que todos los hombres buscan leña para defenderse de la intemperie.
Y el arbolito tuvo miedo. Miró con susto a su visitante que traía en su mano una podadera y un serrucho. Presintió que venía a cortarle parte de sus ramas.
Pensó que se trataba de un leñador. Él sabía, por los cuentos escuchados a otros árboles, que los leñadores son hombres con miedo del invierno. Que roban a los árboles la leña para quemarla y así defenderse de los atropellos del frío. Y tuvo miedo.
Creyó que el leñador estaba cometiendo un error. Que al verlo así, tan sin hojas, el leñador lo había tomado por un árbol seco y que pensaba sacarle todas sus ramas para hacer con ellas fuego. 
Tuvo ganas de llorar. Pero no pudo y, aunque hubiera llorado, nadie habría entendido su lenguaje.
El arbolito descubrió en el visitante una mirada buena, y guardó silencio cuando sintió que cantaba. Intuyó que quien canta no puede ser malo; y por eso se entregó en silencio para escuchar mejor lo que decía el canto. 
...Entonces descubrió que el visitante no era un leñador, sino un jardinero.
La copla del jardinero era una copla sencilla. De esas que se repiten tarareando, como quien rumia algo despacio para encontrarle más gusto: «No tengas miedo a la poda cuando es verde tu madera, yo no busco lo que saco, me interesa lo que queda». Y entonces el arbolito comprendió la diferencia que hay entre un leñador y un jardinero. 
Al leñador le interesa lo que saca del árbol, porque es un hombre con miedo al invierno y necesita defenderse de él quemando ramas secas. Mientras que el jardinero es un hombre con fe en la primavera. Le interesa lo que deja al árbol. Por eso lo poda con cariño para entregarlo en plenitud de vida al otoño.
Al jardinero le interesan las ramas verdes porque es un hombre con fe y esperanza.
 
  • REFLEXIÓN: En ocasiones nosotros también podemos ser como el arbolito del cuento que tenía sus ramas abiertas pero no tenía hojas, igualmente nosotros podemos tener los brazos del corazón y del cuerpo abiertos pero sin nada dentro que ofrecer; aun así podemos tener la esperanza, la disponibilidad y el deseo de aceptar el fruto que pueda llegar, las ganas de recibir y dar, por lo menos, el calor de la compañía. Se puede añadir que todos vivimos en la tarea de buscar la armonía entre ser leñadores y jardineros. Somos leñadores cuando buscamos cortar, mutilar y quemar, y somos jardineros cuando lo que buscamos es cuidar, regar y ayudar a fructificar.

1 de diciembre de 2016

EL VUELO DEL HALCÓN

Un rey recibió como obsequio, dos pequeños halcones, y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara. Pasados unos meses, el maestro informó al rey que uno de los halcones estaba perfectamente pero que al otro no sabía qué le sucedía, no se había movido de la rama donde lo dejó desde el día que llegó a palacio.
El rey mandó llamar a curanderos y sanadores para que vieran al halcón, pero nadie pudo hacer volar al ave. Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió. 
Al día siguiente por la ventana, el monarca pudo observar, que el ave aún continuaba inmóvil. Entonces decidió comunicar a su pueblo que ofrecería una recompensa a la persona que hiciera volar al halcón. A la mañana siguiente, vio al halcón volando ágilmente por los jardines.
El rey le dijo a su corte: 
—Traedme al autor de ese milagro. 
Su corte rápidamente le presentó a un campesino.
El rey le pregunto:
—¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago, acaso?
Sorprendido el campesino le dijo al rey: 
—Fue fácil mi rey, sólo corté la rama, y el halcón se dio cuenta que tenía alas y voló.
 
  • REFLEXIÓN: Cada persona tiene el deber de desarrollar su propia personalidad, siempre que los demás le ayuden a sentirse él mismo, y a confiar en sí mismo y en sus potencialidades. Podemos ayudar a alguien si le ponemos en el camino correcto para que pueda desplegar sus cualidades, su personalidad. Todos podemos volar por encima del sufrimiento y de las limitaciones, descubrir nuevos mundos si estamos dispuestos a arriesgar y dejar la seguridad de lo conocido. Para poder volar sólo necesitamos un sueño, una tarea, un proyecto.