14 de diciembre de 2012

TORNEO DE CANTO

Una vez, llegó a la selva un búho que había estado en cautiverio, y explicó a todos los demás animales las costumbres de los humanos.
Contaba, por ejemplo, que en las ciudades los hombres calificaban a los artistas por competencias, a fin de decidir quiénes eran los mejores en cada disciplina: pintura, dibujo, escultura, canto...
La idea de adoptar costumbres humanas prendió con fuerza entre los animales y quizá por ello se organizó de inmediato un concurso de canto, en el que se inscribieron rápidamente casi todos los presentes, desde el jilguero hasta el rinoceronte.
Guiados por el búho, que había aprendido en la ciudad, se decretó que el concurso se fallaría por voto secreto y universal de todos los concursantes, que, de este modo, serían su propio jurado.
Así fue. Todos los animales, incluido el hombre, subieron al estrado y cantaron, recibiendo un mayor o menor aplauso de la audiencia. Después anotaron su voto en un papelito y lo colocaron, doblado, en una gran urna que estaba vigilada por el búho.
Cuando llegó el momento del recuento, el búho subió al improvisado escenario y, flanqueado por dos ancianos monos, abrió la urna para comenzar el recuento de los votos de aquel «transparente acto electoral», «gala del voto universal y secreto» y «ejemplo de vocación democrática», como había oído decir a los políticos de las ciudades.
Uno de los ancianos sacó el primer voto, y el búho, ante la emoción general, gritó:
—El primer voto, hermanos, es para nuestro amigo ¡el burro!
Se produjo un silencio, seguido de algunos tímidos aplausos.
—Segundo voto: ¡el burro!
Desconcierto general.
—Tercero: ¡el burro!
Los concurrentes empezaron a mirarse unos a otros, sorprendidos al principio, con ojos acusadores después y, por último, al seguir apareciendo votos para el burro, cada vez más avergonzados y sintiéndose culpables por sus propios votos.
Todos sabían que no había peor canto que el desastroso rebuzno del equino. Sin embargo, uno tras otro, los votos lo elegían como el mejor de los cantantes.
Y así, sucedió que, terminado el escrutinio, quedó decidido por «libre elección del imparcial jurado» que el desigual y estridente grito del burro era el ganador.
Y fue declarado como «la mejor voz de la selva y alrededores».
El búho explicó después lo sucedido: cada concursante, considerándose a sí mismo el indudable vencedor, había dado su voto al menos cualificado de los concursantes, aquél que no podía representar amenaza alguna.
La votación fue casi unánime. Sólo dos votos no fueron para el burro: el del propio burro, que creía que no tenía nada que perder y había votado sinceramente por el jilguero, y el del hombre, que, cómo no, había votado por sí mismo.
 
  • REFLEXIÓN: Cuando nos sentimos tan importantes que no hay espacio para otros, cuando nos creemos tan merecedores que no podemos ver más allá, cuando nos imaginamos tan maravillosos que no concebimos otra posibilidad que no sea poseer lo deseado, entonces, muchas veces, la vanidad, la miseria, la estupidez y la cortedad nos vuelven mezquinos.

24 de noviembre de 2012

MARGARITA LA DIRECTORA

Margarita era una profesora joven, entusiasta y muy popular. Sus alumnos la querían y los padres de ellos la tenían en gran estima. Era querida y respetada por sus colegas, admirada por sus superiores y por los administradores del colegio.
Le gustaba estar con los niños, charlar con ellos y tomar parte en sus juegos durante las horas del recreo. Todo el mundo incluyendo a los alumnos, la llamaban por su nombre de pila.
Al jubilarse la directora, muchos de los directivos, administradores y padres pidieron a Margarita que se presentara a la vacante. En realidad, nunca había entrado en sus cálculos ser directora, pero al fin la persuadieron a que presentara la solicitud. Después de ser seleccionada y entrevistada, fue nombrada directora en su momento.
Las felicitaciones que siguieron hicieron a Margarita muy feliz en su nuevo puesto, pero se preguntaba también si, aislada en cierto momento en su despacho, no perdería el estrecho contacto con los niños, a los que veía todos los días en clase.
Pronto, sin embargo, los niños se sintieron felices de poder demostrarle la misma amistad, y durante el recreo había siempre un montón entrando por su puerta. Les encantaba visitarla en su despacho para charlar con ella e invitarla a participar en sus juegos. Pero todos la llamaban simplemente “Margarita”.
Con frecuencia los niños llegaban tarde a clase después del recreo debido a la aglomeración que se juntaba en el despacho de la directora. Esto la preocupaba, y decidió adoptar una actitud más estricta. En adelante los alumnos debían hacer cola ante su puerta, y no entrar todos de golpe. También les dijo que la llamaran “directora”, en vez del tratamiento demasiado familiar de “Margarita”.
Aunque comenzaron a formarse colas más ordenadas, nadie parecía hacer caso de la petición de Margarita sobre darle el tratamiento de directora. Todos seguían llamándola por su nombre de pila. Esto comenzó a molestarla.
Decidió mandar imprimir un letrero grande con la palabra DIRECTORA impresa en forma llamativa, y lo colocó delante de ella en la mesa. Sin embargo, los adultos y los niños insistían en llamarla por su nombre.
Aunque eran menos los niños que requerían su atención durante las horas del recreo, iba en aumento su disgusto por la forma familiar de tratarla. Por eso hizo imprimir un letrero mucho mayor, de forma que nadie pudiera evitar ver la palabra DIRECTORA. Lo colocó inmediatamente delante de ella, mostrándolo e insistiendo en que se le debía llamar directora.
Lamentablemente, nadie parecía prestar atención al letrero ni molestarse en dirigirse a la directora por ningún nombre. El letrero era tan grande, que los niños no veían por encima de él. Cualquier niño que entraba en la habitación de Margarita creía sinceramente que no había nadie y volvía a salir inmediatamente.
Algunos de los más fieles volvieron en unas pocas ocasiones, pero al final se cansaron de encontrar la habitación aparentemente vacía. En consecuencia, Margarita se quedó allí sola, respetada al fin por todos, pero sin amigos, triste, solitaria y olvidada.
 
  • REFLEXIÓN: Hay que ejercer la autoridad de acuerdo con la dignidad humana, tanto del que está revestido de ella como de cualquiera que esté sujeto a la misma. Hay que distinguir entre autoridad de servicio y autoridad de poder. Por otro lado no debemos dejar de ser nosotros mismos aunque ejerzamos algún tipo de autoridad, no podemos ocultarnos detrás del rol que ejercemos. La historia también nos enseña que el verdadero sentido de la autoridad es ayudar, guiar y orientar, nunca oprimir a las personas, explotarlas o suprimir su libertad individual.

6 de noviembre de 2012

EL MENDIGO Y EL REY

Iba yo pidiendo, de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando un carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey magnífico.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Aquel rey me miró y bajó sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin.
Y de pronto, él me tendió su mano diciéndome: «¿Puedes tú darme alguna cosa?».
¡Ah, qué ocurrencia de su realeza! ¡Pedirle a un mendigo!
Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y se lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón.
¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darle todo!
 
  • REFLEXIÓN: Nuestro egoísmo no nos deja en muchos casos compartir con los demás nuestras posesiones, y sin embargo, cuando la vida se comparte, de forma milagrosa, se multiplica.

30 de octubre de 2012

EL VERDADERO VALOR DEL ANILLO

Ésta es una vieja historia de un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.
—Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
—Cuánto lo siento, muchacho. No puedo ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá después... –Y, haciendo una pausa, agregó–: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
—E... encantado, maestro –titubeó le joven, sintiendo, que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
—Bien –continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al muchacho, añadió–: Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él.
Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa para entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
—Maestro –dijo–, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
—Eso que has dicho es muy importante, joven amigo –contestó sonriente el maestro–Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:
—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
—¿Cincuenta y ocho monedas? –exclamó el joven.
—Sí –replicó el joyero–. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
—Siéntate –dijo el maestro después de escucharlo–. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.
 
  • REFLEXIÓN: Todos necesitamos ser reconocidos y valorados por los demás. Todos necesitamos el respeto y la estima de los demás para poder construir nuestra propia autoestima. Además para el que sabe ver, el ser humano no tiene precio, su valor es realmente incalculable. Si realmente somos afectuosos, tolerantes, y menos egoístas e intransigentes podremos aprender a valorar a las personas en su justa dimensión, con autenticidad, sin menosprecios y engaños.

10 de octubre de 2012

INICIANDO OTRO VIAJE

Un conocido viajero volvió de un largo recorrido, y como venía sucediendo cada vez que regresaba, muchas personas vinieron para escuchar la narración de sus andanzas por otras tierras. Sabedor de esta circunstancia, el viajero tenía ya preparado su discurso, tan preparado que se lo sabía de memoria. Iba a contar lo de siempre (“yo he hecho...”, “yo he ido...”) para conseguir el mismo resultado de siempre. Sin embargo, esta vez vio que sus palabras no generaban el entusiasmo de otras ocasiones: algunos de los presentes daban muestras de aburrimiento, otros le miraban con ojos vacíos...
El viajero aumentó el tono de la voz pensando que así conseguiría un mayor interés, pero lo único que consiguió fue sobresaltar a los que dormitaban. Alguien osó levantarse y salir. Esto desconcertó al viajero: nunca antes alguien había salido sin esperar el final de su narración. Aumentó aún más el tono de su voz, pero el ejemplo del primero en levantarse fue seguido por otro, y otra, y otros más... Casi a gritos el viajero continuó el discurso que tenía aprendido de memoria y que, costase lo que costase, tenía que terminar. Cuando llegó al final, agotado por el esfuerzo, sólo quedaban dos personas junto a él.
—¿Cuál ha sido tu viaje interior? –preguntó la primera.
—¿Cómo eran las personas que has encontrado? ¿Has participado de sus vidas? ¿Cuáles eran sus sueños? –preguntó la segunda.
El viajero no sabía qué responder, estas preguntas quedaban muy lejos de sus preocupaciones cuando emprendía un viaje y quedaban también muy lejos de lo que él contaba a la vuelta.
Pero gracias a ellas descubrió la razón de su fracaso: en su viaje se había limitado a recorrer kilómetros con mirada distraída y sin interés por conocer la vida de los que allí moraban porque creía saberlo todo... Además, sus vecinos habían cambiado y no eran los mismos, ahora eran mucho más mestizos culturalmente, y en mentalidad: buscaban la experiencia vital, la hondura del encuentro humano...
Y se dio cuenta de que los ojos de mirada vacía que había observado reflejaban su interior.
 
  • REFLEXIÓN: El viajero aburrió a todos los presentes porque realmente no tenía nada importante que contar. Lo verdaderamente importante es lo que tú vivas interiormente y la relación con los que se van cruzando en nuestras vidas. La vida en sí misma es un viaje, y de nosotros depende el creer que ya lo sabemos todo, o bien dejarnos sorprender por las cosas y las personas que vamos descubriendo en el camino.

23 de septiembre de 2012

MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA

Y llegó el tiempo en que las hojas caen de los árboles. Una de ellas veía cómo sus hermanas se iban volviendo amarillas, se secaban y caían. Al inicio pensaba que iban a emprender otro viaje, pero mirando hacia abajo se dio cuenta de la realidad: caían para pudrirse en el suelo. Esta hoja se rebeló: “Yo estoy bien aquí, no tengo por qué secarme y dejar mi árbol, quiero seguir viviendo”. Y de hecho allí se quedó, desafiando a los vientos que empezaban a soplar con fuerza. A duras penas mantenía su color verde, pero ella se decía a sí misma que estaba bien, que ése era su lugar y que no tenía ninguna necesidad de dejarse caer para desaparecer.
Pasaron los días y ella fue la única hoja que quedó en el árbol. El árbol intentaba desembarazarse de ella, pero la hoja se aferraba con todas sus fuerzas al tronco para no caer. Alguien que pasaba un día por allí se dio cuenta y se quedó sorprendido. Llamó a sus amigos, que a su vez llamaron a otros amigos, y a otros más... Aquella hoja se convirtió en el centro de atención. Incluso una televisión local vino con sus cámaras. ¡Qué orgullosa estaba la hoja! Sus sufrimientos y el frío que estaba pasando tenían su recompensa. En esos momentos sí que ella hubiese preferido quedarse sola, sin el tronco, porque ese tronco del que dependía para estar allí arriba y huir de la caída inevitable le robaba protagonismo.
El tiempo fue pasando y llegó el invierno. Pocas personas paseaban y ya nadie prestaba atención a aquella hoja extravagante.
Llegaron las primeras nieves y las heladas. La hoja se congeló y así permaneció muchos días. Un niño travieso se dedicó a tirarle piedras y una le alcanzó. Como estaba helada, la hoja se partió por la mitad, pero no cayó y allí se mantuvo hasta la llegada de la primavera.
Por fin la hoja tenía compañeras, pero ¡qué desesperación!...
Las nuevas llegadas tenían un color verde mucho más brillante, estaban enteras y llenas de energía. La hoja vieja no se movía y su color mate hacía temer lo que las demás sospechaban pero no se atrevían a comprobar: ¡estaba muerta!
 
  • REFLEXIÓN: A veces deseamos huir de nuestra verdadera personalidad, utilizamos distintas máscaras y ponemos en ellos demasiado esfuerzo que no nos merece la pena. Lo importante es saber lo que realmente somos, cuáles son nuestras metas en la vida, cuál es nuestro proyecto personal. La historia nos enseña que hay que morir a ciertos aspectos negativos de nuestra personalidad para poder potenciar otros y vivir realmente. Sólo dejando morir lo negativo podrá resurgir lo mejor de nosotros mismos.

14 de septiembre de 2012

LOS CANTOS DE DIOS

No es de sorprender que el jardinero resultara un tanto extraño para sus vecinos. Muchos días le veían hablar con sus plantas, acariciarlas y tratarlas con cariño. Y por otra parte, no obtenía dinero con ellas, lo cual resultaba aún más extraño para aquellas gentes.
—¿Por qué acaricias y les hablas a tus plantas, si no pueden sentir tu mano ni oírte? -le preguntó por fin uno de sus vecinos.
—¿Y cómo sabes que no me sienten ni me oyen? -respondió el jardinero.
El vecino se quedó perplejo.
—Hombre, todo el mundo sabe que las plantas no son capaces de...
—Tampoco la mayoría de los hombres sienten ni escuchan a Dios -le interrumpió el jardinero-, y no por eso Dios deja de hablarnos y cuidarnos.
El vecino se encontraba cada vez más confundido. Y, sintiéndose un tanto molesto, volvió a preguntar:
—¿Y cómo sabes que existe Dios? Yo nunca lo he visto, ni le he oído. Ni siquiera he notado los cuidados de los que hablas.
El jardinero bajó la mirada con tristeza y guardó silencio, y cuando el vecino ya pensaba que no iba a poder responderle, le miró a los ojos con ternura diciéndole:
—En las noches de Luna sólo te das cuenta de que los grillos cantan cuando se callan, y es el silencio el que te advierte de la presencia de esa vida escondida. Dios nunca ha dejado de cantar, nunca ha dejado de hablarnos y mimarnos, y es por eso por lo que la mayoría de los hombres no advierte sus caricias.
«Si Dios dejara de cantar, al instante siguiente sería demasiado tarde para darnos cuenta de que estaba allí». Y, sonriendo, agregó:
—Pero no te preocupes. Dios jamás dejará de cantar.
—Entonces, jamás podremos convencernos de que Dios existe -respondió el vecino con una sonrisa triunfante.
El jardinero se echó a reír, y posando su mano sobre el hombro de su vecino, dijo:
—Igual que sucede con los grillos... Si haces el silencio en tu interior, el silencio te revelará los cantos de Dios.
 
  • REFLEXIÓN: Sólo podemos encontrar a Dios si conseguimos silenciar nuestro interior, hay que hacer un esfuerzo por evadirnos del ruido exterior, del ajetreado mundo que nos rodea, y así podremos descubrir en nosotros a Dios.

10 de agosto de 2012

AUTOBIOGRAFÍA DE UN COCO

Nací en la copa de un árbol robusto que había crecido en un suelo arenoso a lo largo de la franja de la costa. Desde mi atalaya disfrutaba de una vista fantástica de cuanto me rodeaba.
Era muy feliz y me sentía orgulloso de ser un coco. Creía que mi padre era maravilloso, hasta que un día oí que varios transeúntes le maldecían a él y a toda la familia. Si no recuerdo mal, uno de ellos dijo:
«¡Qué calor hace hoy! ¡Si al menos este maldito cocotero nos diera sombra! Odio los cocoteros. Tan rugosos, tan feos y deformes. Sin hojas, ni flores, ni siquiera aroma».
Esto me hizo sentir tan desgraciado que algo cambió dentro de mí. ¿Cómo es que no lo había visto antes? Realmente era feo, casi deforme. Me sentía avergonzado, y decidí que no dejaría jamás que nadie viera mi fealdad interior...
Comencé a construir a mi alrededor una capa muy densa, dura y peluda para proteger mi interior de las miradas. Después de todo, evidentemente, no había nada bueno dentro de mí. Si alguien me hubiera visto por dentro, me despreciaría y rechazaría aún más. Por eso tejí a mi alrededor una capa áspera, peluda, de color pardo, desagradable al tacto, para que nadie se atreviera a tocarme. Odiaba que me tocaran o acariciaran.
Al cabo de unas semanas, que pasé deprimido meditando sobre mi desgracia y sin apenas hablar con mis hermanos y hermanas, me vi de repente sorprendido por un impetuoso temporal. Todos éramos sacudidos violentamente y, aterrado, me agarré a mi padre, temiendo ser arrancado del árbol.
Pero fue todo inútil. Perdí el control y sentí que era arrojado con fuerza hacia abajo, cayendo en el oscuro vacío. Me encontré aturdido en el suelo, magullado y dolorido por el golpe. Solo y temblando de miedo, pensé que lo único que me quedaba era esperar la muerte. Estaba claro, había sonado mi hora... cuando un grupo de aquellos curiosos y odiosos transeúntes se acercó a mí. Mas ¡qué sorpresa grata fue para mí oír que uno de ellos decía!:
«¡Mira que coco tan bonito! Realmente es una suerte haberlo encontrado».
Sin apenas dar crédito a lo que oía, sentí que me levantaban y agitaban junto al oído de un joven. Su nariz comenzó a olerme y sus labios murmuraban, dirigiéndose directamente a mí:
«¡Qué coco tan fresco, dulce y sabroso debes ser! Me alegro de veras de haberte encontrado».
¿Cómo? ¿Yo fresco y dulce? Tenía que haber algún error. Ciertamente, yo no era más que algo estúpido, deforme, feo e insípido, que se contentaba con que le dejaran en paz.
El muchacho comenzó a quitar con mucho cuidado los pelos ásperos y pardos que había hecho crecer a mi alrededor para protegerme. Lo hizo con gran delicadeza, como si deseara no hacerme daño. Por primera vez en muchos meses volví a sentirme feliz de nuevo, sin darme cuenta que el muchacho cogía una piedra grande y comenzaba a golpearme con fuerza. Con mayor rapidez y energía cada vez, no dejaba de darme golpes. Gritando de dolor, quería preguntarle qué buscaba y pedirle que parara. Yo creía que debería saber que dentro de mí no había más que fealdad. ¿Qué esperaría encontrar debajo de mi dura corteza?
Unos segundos más tarde se escuchó un fuerte chasquido y sentí que me partían en dos. De mis heridas comenzó a rezumar un jugo, y con gran sorpresa mía, el chico y sus amigos intentaron beberlo. Por sus gestos de satisfacción podía decir que estaban disfrutando. Ellos comentaban lo dulce y fresco que yo estaba.
Mi mayor sorpresa fue cuando, después de separar partes de mi corteza, arrancaron algo de mi interior. ¡Era blanquísimo! Mi interior era hermoso y ellos, se veía, estaban disfrutando comiendo.
«¡La gente me quiere!», exclamé. «No soy feo ni inútil. ¡Por favor, os lo ruego, comedme. Comedme todos! ¡Qué satisfacción proporcionar placer a personas que han hecho que al fin creyera en mí mismo!».
 
  • REFLEXIÓN: A veces pensamos que dentro de nosotros no hay nada bueno, nada que pueda interesar o gustar a alguien, por eso nos hacemos una coraza para protegernos de los comentarios y críticas de los demás. Pero entonces suele surgir alguien que empieza a valorarnos por lo que realmente somos y empieza a descubrir las cosas buenas que quizá sin saberlo llevamos dentro. Es entonces cuando surge el milagro y empezamos a creer en nosotros mismos y en nuestras posibilidades.

21 de julio de 2012

EL TRONCO SECO

Un árbol fue abatido por el viento.
Con el paso del tiempo su raíz se secó, perdió sus verdes hojas y se convirtió en un tronco seco. Ahora sentía envidia de otros árboles y se quejaba día a día añorando otros tiempos.
El viento, que no sabe guardar secretos, llevó los lamentos del tronco seco a la casa de un escultor.
Después de muchos meses de trabajo, el tronco seco se convirtió en una hermosa escultura que es admirada por todos en un famoso museo.
El tronco seco ya no se queja ni siente envidia de otros árboles; tampoco añora aquellos tiempos en los que tenía verdes hojas y un porte esbelto. Ahora da gracias al viento por haberle abatido y haber llevado al escultor su lamento.

  • REFLEXIÓN: Cuando algo nos sale mal, no debemos sufrir, siempre hay posibilidad de que se nos ofrezcan otras alternativas, sólo hay que estar atento y saber mirar. Personalmente, si carecemos de una cualidad, una habilidad o un talento, siempre podremos descubrir en nosotros otros que sean igual de valiosos.

5 de julio de 2012

LA DENUNCIA

Un hombre se acercó al puesto de guardia para denunciar que le habían robado su burro. Los policías le exigieron que explicase bien los detalles de lo que había sucedido. Después de oírle, uno de los guardias le dijo un tanto enfadado.
—Ha tenido usted muy poco cuidado; sí, ha sido bastante negligente. ¿Cómo se le ocurre cerrar la puerta del establo con una cerradura tan débil en lugar de poner varios cerrojos?
Otro de los guardias dijo:
—Ha sido una insensatez permitir que desde la calle se pudiera ver la cabeza del burro. ¿Acaso no pudo haber levantado más el muro, para ocultar bien al animal?
Un tercer guardia intervino:
—¿Dónde estaba cuando le robaron el burro? Si se hubiera quedado allí atento, habría visto al ladrón llevarse al jumento.
Entonces el denunciante, dueño del burro, al límite de su paciencia, dijo:
—Señores guardias, me parece acertado hasta cierto punto lo que están alegando, pero supongo que alguna culpa ha de tener también el ladrón que me lo robó, ¿o no?

  • REFLEXIÓN: En las relaciones afectivas a menudo se tiende a culpar a los otros. Ésta es una actitud incorrecta, puesto que no somos jueces de los demás. Esta conducta daña con frecuencia las relaciones humanas y está en el lado opuesto a la comprensión y a la tolerancia. Culpabilizar a los demás es una tendencia que tenemos todos al tratar de vigilar, acechar y corregir a nuestros semejantes. Es más fácil ver los defectos en los demás que en nosotros mismos.

28 de junio de 2012

¿CUÁNDO EMPIEZA EL DÍA?

Preguntó un sabio a sus discípulos si sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.
Uno de ellos dijo:
—Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo. Entonces será de día.
—No –dijo el sabio.
—Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o un anacardo. Entonces será de día.
—Tampoco –dijo el sabio.
—Está bien –dijeron los discípulos–, dinos cuándo acaba la noche y empieza el día.
El sabio esperó un momento y dijo:
—Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano; cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aún será de noche.

 
  • REFLEXIÓN: Nos ayuda a pensar si realmente vemos a las personas como hermanos nuestros, si realmente hemos visto la luz que nos hace valorarnos como personas o aún seguimos en la oscuridad al pensar que el otro es inferior o distinto a nosotros.

8 de junio de 2012

EL ÁRBOL GENEROSO

Había una vez un árbol... y el árbol, amaba a un niño. El muchacho venía todos los días y cogía sus hojas. Y con ellas hacía coronas e imaginaba ser el rey del bosque. El niño trepaba por su tronco.. Y se colgaba de sus ramas... Y comía sus manzanas... Y jugaba al escondite. Y cuando se cansaba se dormía a su sombra. Y el árbol era feliz... Pero el tiempo pasaba... Y el muchacho crecía... Y el árbol con frecuencia estaba solo.
Un día el muchacho se acercó al árbol y éste le dijo:
—Ven, muchacho, trepa por mi tronco y colúmpiate en mis ramas y come manzanas y juega con mi sombra y sé feliz...
—Soy ya demasiado grande para trepar y jugar –dijo el muchacho–. Necesito dinero. ¿Puedes darme un poco de dinero?
—Lo siento –dijo el árbol–, pero no tengo dinero. Sólo tengo unas hojas y manzanas. Coge las manzanas, muchacho, y véndelas en el mercado de la ciudad. Entonces tendrás dinero y serás feliz...
En seguida, el joven subió al árbol, cogió sus manzanas y se las llevó. Y el árbol fue feliz... Y el joven se alejó. Se fue muy lejos sin poder ver al árbol... Y el árbol estaba triste... Y un buen día el joven, ya adulto, volvió... Y el árbol se estremeció de alegría y dijo:
—Ven, trepa por mi tronco y colúmpiate en mis ramas y sé feliz.
—Estoy demasiado atareado –dijo el hombre– para trepar por tu tronco. Necesito una casa para vivir. Necesito calor como el comer. Quiero una esposa, quiero tener hijos y por eso necesito una casa.
—Yo tengo casa –dijo el árbol–. El bosque es mi casa. Pero tú puedes cortar mis ramas y construir una casa. Entonces serás feliz...
Y el hombre cortó sus ramas... Las llevó para construir una casa... Y el árbol era feliz... Y el hombre se fue lejos y no pudo ver el árbol por mucho tiempo.
Y cuando el hombre regresó, el árbol no podía hablar, embargado por la emoción.
—Ven, –balbuceó–, ven a jugar.
—Soy demasiado mayor y asediado por la tristeza para jugar –dijo el hombre–. Necesito un barco que me lleve muy lejos de aquí. ¿Me puedes dar un barco?
—Corta mi tronco y fabrica un barco –dijo el árbol–. Luego podrás navegar hasta playas lejanas... y serás feliz.
Y el árbol era feliz, aunque no enteramente... le faltaba compañía... Y después de mucho tiempo, el hombre regresó de nuevo, ya muy mayor.
—Lo siento... –dijo el árbol–, pero no me queda nada... Mis manzanas desaparecieron.
—Mis dientes son demasiado débiles para comer manzanas –dijo el hombre.
—Mis ramas... han desaparecido –dijo el árbol–. Ya no puedes columpiarte en ellas.
—Soy demasiado viejo para columpiarme en ellas –dijo el hombre.
—Mi tronco ha desaparecido –dijo el árbol–. Ya no puedes trepar por él.
—Estoy demasiado cansado para trepar –dijo el hombre.
—Lo siento –sollozó el árbol–. Quisiera darte algo... Pero ya no me queda nada... Sólo mi vieja raíz. Lo siento.
—Ahora necesito muy pocas cosas –dijo el viejo–. Sólo un lugar tranquilo para sentarme y descansar... Estoy demasiado cansado.
—Bueno –dijo el árbol enderezándose todo lo que pudo con gran esfuerzo–. Bueno, siéntate. Una vieja raíz sólo sirve para asiento y descanso... Ven, siéntate.
Y el viejo así lo hizo... Y el árbol fue feliz... feliz... feliz.
 
  • REFLEXIÓN: El árbol siempre fue feliz, intentando ofrecer lo mejor de sí mismo en cada momento. En nuestras relaciones con los demás: ¿somos siempre tan generosos que damos todo lo que tenemos para que nuestros semejantes encuentren algo de felicidad? ¿Nos esforzamos realmente en hacer felices a los demás dando lo mejor de nosotros mismos?

27 de mayo de 2012

EL LEÓN Y EL MONO

El león convocó a todos los animales para proponerles su voluntad de hacer la paz con los humanos después de tantos años de conflictos y persecuciones.
Los animales aceptaron con entusiasmo esta propuesta y decidieron que fuese el mono, por su parecido con los humanos, quién asumiese la responsabilidad de comunicarles esta voluntad y de comenzar el diálogo.
Sin demora, el mono se puso en camino y llegó a los campos cultivados. Allí encontró árboles llenos de apetitosa fruta... y no pudo resistirse, subió a ellos y comió toda la que pudo.
Así lo encontraron los humanos y tuvo que huir y esconderse.
Los humanos, enfadados, penetraron en el bosque para castigar a los animales. El mono, demasiado pesado después de todo lo que había comido, no llegó a tiempo para prevenirles. Vio a los otros animales huir a toda prisa, gritando.
“Por mi culpa”, pensó, y decidió no volver nunca más con ellos.
Se quedó solo en un lugar apartado. Allí pasó un tiempo, cada vez más triste, hasta que un día vio venir al león. Tuvo miedo y subió a lo más alto de su árbol, pero el león le dijo:
—No temas, no he venido a comerte, sino a invitarte a nuestra fiesta.
El mono no había olvidado la fecha de la fiesta anual de todos los animales, era su momento preferido, pero no se sentía con fuerzas para participar, así que dijo:
—Después del mal que os he hecho no creo que pueda celebrar más con vosotros esta fiesta. Me da miedo y vergüenza volver al poblado.
Pero el león respondió:
—Sabes que la condición para celebrar la fiesta es que estemos todos. Si no, ¿qué fiesta es? Tú eres un animal como nosotros, pero estás lejos y solo... Nos faltas. Si vienes, la fiesta será completa.
El mono se dejó convencer, bajó del árbol y juntos regresaron al poblado.
 
  • REFLEXIÓN: Esta historia nos hace reflexionar sobre el valor del perdón. Pensemos en la generosa explicación del león para reintegrar al mono en la comunidad de los animales. Tenemos que pensar también en nuestra actitud cuando nos equivocamos, si somos capaces de ceder, olvidar frustraciones y aceptar el perdón que el otro nos ofrece.

11 de mayo de 2012

EL RETRATO

Sydney Smith era una especie de celebridad en la ciudad donde vivía. Un día decidió encargar a un artista local que pintara su retrato. El artista hizo un esbozo previo y se lo presentó a Sydney para su aprobación. Era de un parecido perfecto, pero Sydney se sintió molesto.
—¡Esto no es precisamente lo que yo quería! –dijo–. Ha hecho mi cara demasiado redonda. Tiene que hacerlo de nuevo.
El pintor hizo otro esbozo, pero Sydney no estaba aún satisfecho.
—Mis espaldas no parecen bastante anchas –dijo–. Hágalo otra vez; pero ahora cambie algo las espaldas.
El artista hizo otro boceto con el rostro enjuto y las espaldas anchas.
Sydney movió la cabeza impaciente.
—Aún no está bien –dijo–. Me parece que la forma del mentón está mal, y los ojos son demasiado pequeños. Tampoco me gusta la nariz.
El pintor hizo un boceto tras otro, hasta que por fin Sydney se sintió satisfecho.
—Bueno –dijo–. Finalmente comienzo a gustarme.
Cuando tuvo el retrato en casa, invitó a todos sus amigos y parientes a que fueran a verlo. Todos se echaron a reír.
—¡Qué artista tan horrible! –dijeron–. No se parece en nada a ti. ¡Cómo ha podido dibujarte de esa manera! No ha captado ninguna de tus cualidades: la bondad de tu rostro, el destello de tu mirada... Eres mucho más atractivo de lo que aparentas en el cuadro que te ha hecho.
Cuando se hubieron ido, Sydney miró el retrato avergonzado y confuso. Lo envolvió en un papel oscuro y se lo devolvió al artista.
—He cambiado de parecer –dijo–. Deseo que haga el retrato de nuevo; pero esta vez hágalo como el boceto original que me mostró. Ése es el que más me gusta.
 
  • REFLEXIÓN: A veces nuestro yo ideal es muy diferente de nuestro yo real. Necesitamos aprender a vernos y aceptarnos como realmente somos. Los que están cerca de nosotros nos quieren por lo que somos, no por lo que a nosotros nos gustaría ser. Una pobre imagen de sí mismo puede falsear nuestro modo de presentarnos a los otros. Necesitamos confiar en la gente para aceptarnos como realmente somos.

27 de abril de 2012

SÓLO ESTOY DE VISITA

En el siglo pasado, un turista de los Estados Unidos visitó al famoso rabino polaco Chaim. Y se quedó asombrado al ver que la casa del rabino consistía sencillamente en una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una mesa y una banqueta.
—Rabino, ¿dónde están tus muebles? –preguntó el turista.
—¿Dónde están los tuyos? –replicó a su vez Chaim.
—¿Los míos? Pero si yo sólo estoy de visita... Estoy aquí de paso... –dijo el americano.
—Lo mismo que yo –dijo entonces el rabino.
 
  • REFLEXIÓN: Cuando alguien comienza a vivir más y más profundamente, vive también más sencillamente. Cuánto más nos desprendemos de lo material más fácil nos es conseguir lo espiritual y con ello la paz interior. Hemos de aprender a desechar todo lo superfluo que nos ata. Aunque, por desgracia, la vida sencilla no siempre conlleva profundidad.

5 de abril de 2012

EL PESCADOR SATISFECHO

Un rico industrial del norte se horrorizó cuando vio a un pescador del sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
—¿Por qué no has salido a pescar? –le preguntó el industrial.
—Porque ya he pescado bastante por hoy, no necesito más, y estoy descansando –respondió el pescador.
—¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas? –insistió el industrial.
—¿Y qué iba a hacer con ello? –preguntó a su vez el pescador.
—Ganarías más dinero –fue la respuesta–. De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo.
—¿Y qué haría entonces? –preguntó de nuevo el pescador.
—Podrías sentarte a descansar, y fumando tu pipa, disfrutar de la vida –respondió ufano el industrial.
—¿Y qué crees que estoy haciendo precisamente en este momento? –respondió seguro y satisfecho el pescador.
 
  • REFLEXIÓN: Cuántas vidas desperdiciadas buscando lograr una felicidad que ya se tiene pero que muchas veces no vemos. Es más acertado conservar intacta la capacidad de disfrutar que ganar un montón de dinero. La verdadera felicidad consiste en amar lo que tenemos y no sentirnos tristes por aquello que no tenemos. "Si lloras por no ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas".

30 de marzo de 2012

EL REY DE LA SELVA

El rey de la selva, el león, decidió casarse, y para ello convocó a todas las hembras de la selva con el fin de encontrar una que estuviese a su altura. Puestos a medir alturas, la hembra más impresionante es la jirafa y en ella se fijó el rey, relamiéndose de gusto: ¡tanta carne para él! Pero las desavenencias entre ellos se manifestaron a la hora de comer. La jirafa no comía más que hojas, y se las ofrecía también a su maridito... ¡Qué asco! Una mujer vegetariana no era digna de un león. Además, ya se sabe que a los machos se les gana por el estómago.
Así que el león echó a la jirafa de su casa y convocó nuevamente a las hembras de la selva.
Esta vez no se dejó deslumbrar por la altura, pero sí por el tamaño de la elefanta. Sólo que el problema que el león había encontrado con la jirafa se repitió. ¡Otra vegetariana!
Al león no le quedó más remedio que convocar otra vez a las hembras, aunque en esta ocasión su criterio para elegir ya no era físico, sino que quería una hembra que fuese hacendosa y además comiese al menos algo de carne. La mona se mostró como la más habilidosa. Quizá era demasiado inquieta para el león, pero eso sí, muy eficaz, le hacía todos los trabajos. Lo que no pudo soportar de la mona fue ver la carne que comía: piojos, garrapatas... ¡Y además sacados de su propia melena!
¡Basta! Al león le tocó buscarse otra mujer. Esta vez quería que la hembra tuviese cuatro patas, fuese veloz y carnívora, y todas estas cualidades las encontró en la pantera. Por fin el león creyó haber acertado, porque la elegida se le parecía mucho, pero... Aunque la pantera cazaba y comía como él, ¡era enormemente cruel y voraz! A él no le daba nada de lo que cazaba.
El león se dio cuenta de que tenía que buscar otra hembra, esta vez con una exigencia añadida a todas las anteriores: que fuese capaz de amar a un pobre, infeliz y solo rey como él. A su llamada se presentó una única candidata, que por supuesto resultó la elegida: la leona. Con ella el león encontró la felicidad y con ella sigue hasta hoy.
 
  • REFLEXIÓN: El león tardó mucho en encontrar a la mujer de su vida porque estaba buscando bajo criterios incorrectos. El criterio más importante para elegir en la vida es el amor, porque "el amor no pasa nunca". Tanto las cualidades de una persona como sus defectos se ven de otra manera bajo el prisma del amor.

22 de marzo de 2012

ASAMBLEA DE LAS SEMILLAS

Hace muchos, muchos años, las semillas celebraron su asamblea general extraordinaria con un único punto en el orden del día: qué hacer para aumentar la población. En efecto, tras varias incursiones devastadoras de ratones la cantidad de semillas había disminuido alarmantemente.
Después de un largo debate, la tarea parecía clara: que una semilla se dejase caer en tierra para dar fruto y producir otras muchísimas semillas.
Ahora ya sólo faltaba elegir a una semilla para esa misión...
Unas miraban al tendido, otras se hacían las dormidas, otras miraban a sus vecinas... Tras un tenso silencio, empezaron a hablar para excusarse. La Semilla Sabia dijo que ella no podía ofrecerse porque tenía un rol muy importante y que era insustituible. La Semilla Anciana dijo que estaba ya muy mayor y produciría semillas demasiado débiles. La Semilla Deportista declinó la invitación con el argumento de que un futuro de éxitos le esperaba, y lo mismo dijo la Semilla Cantante. La Semilla Periodista no podía dejar de informar sobre el resultado de la asamblea, y la Semilla Secretaria tenía que pasar a limpio las actas...
Fue una cadena interminable de negativas.
Sólo hubo una semilla que no habló: la Semilla Sordomuda. ¡Claro! ¿Cómo no se les había ocurrido antes? Esta semilla no había entendido nada de lo que allí pasaba, y tampoco podía oponerse, así que sus compañeras la apresaron y la enterraron. Cuando ya, satisfechas, las semillas iban a dispersarse... ¡horror! aparecieron los ratones y las devoraron a todas.
¿Historia terminada? No.
Al tercer día la semilla enterrada germinó y poco a poco fue creciendo hasta dar fruto y muchísimas semillas de todas las especies que repoblaron otra vez la tierra. Por eso hoy ni las semillas ni las plantas hablan, porque provienen de la Semilla Sordomuda, y no dudan en enterrarse para dar fruto, porque saben que sólo pueden dar nueva vida cuando pasan por la tierra.
 
  • REFLEXIÓN: En muchas situaciones tratamos de escurrir el bulto, no queremos ser generosos y hacer un esfuerzo por nada ni por nadie. Al igual que las semillas nosotros somos egoístas y no solemos desear entregar nuestra vida por el bien común. Reflexionemos y veamos qué causas son aquellas por las que merece la pena entregar la vida y cómo podemos nosotros dar nueva vida a nuestro entorno. A veces nuestro esfuerzo no se ve de forma inmediata, sólo el tiempo puede hacer que nuestra tierra dé fruto y que nuestro fruto sea abundante.

10 de marzo de 2012

EL PEQUEÑO PEZ

Un pequeño pez estaba nadando y retozando feliz en el fondo de su océano. Allí disfrutaba de la compañía de muchos amigos. Tenía para comer cuanto quería y no parecía carecer de nada.
Entonces comenzó a nadar hacia arriba, cada vez más alto. Nunca había subido tanto hasta entonces.
—Me pregunto cómo serán las cosas allá arriba -se dijo. Parece que hay mucha más luz y veo las cosas mucho más claras que allá abajo.
En poco tiempo, el pequeño pez llegó a la superficie del océano. Se quedó sorprendido al ver lo hermoso que era el cielo, y se preguntaba qué pasaría asomándose por encima del agua. Incluso se las arregló por un segundo para sacar la cabeza a la superficie.
—¡Qué bonito! ¡Qué excitante! -exclamó al ver el borde de la playa de arena.
Cuando se encontró de nuevo bajo las olas, se sintió abatido. ¿Por qué tenía que volver allá abajo, a aquella vida lóbrega y oscura en el fondo del océano? ¡Con la luz y el calor que había fuera! ¿Por qué no podía ir a vivir fuera, donde había mucha más claridad y calor?
El pequeño pez decidió salir fuera del agua dando un salto lo más grande posible. Entonces sintió el calor del sol más todavía. Podía también ver mucho más, más allá de la playa, hasta las ramas de los árboles, las bonitas flores y una calle llena de pequeños y pintorescos bungalós.
Pronto decidió llegar a aquella playa y comenzar una nueva vida. Nada se lo hubiera podido impedir. Comenzó a nadar enérgicamente hacia delante hasta que por fin se encontró fuera del agua en la arena.
—¡Libre al fin! -exclamó. Ahora puedo disfrutar de una nueva y maravillosa vida, lejos de la vida insípida y fría del fondo del agua...
De repente sintió una sensación de ahogo.
—¡Vaya! -murmuró. Estoy agotado. He nadado... demasiado deprisa... demasiado... rápidamente...
Intentó de nuevo recobrar el aliento, pero la sensación de ahogo persistía. Pocos minutos después el pequeño pez yacía muerto en la playa.
 
  • REFLEXIÓN: La felicidad es lo que somos y se encuentra donde estamos. Hay que aceptar nuestra situación y las circunstancias de la vida no con pasiva resignación, sino con positiva y activa alegría y gratitud. Hemos nacido para ser felices y somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra felicidad allá donde nos encontremos.

29 de febrero de 2012

UN HOMBRE, SU CABALLO Y SU PERRO

Un hombre es atrapado por una terrible tormenta de viento y lluvia mientras atraviesa el desierto. Ciego de rumbo y luchando contra la arena que le lastima la cara, avanza con gran dificultad tirando de las riendas de su caballo y controlando de vez en cuando a su perro. De pronto, el cielo ruge y un rayo cae sobre los tres matándolos instantáneamente. La muerte ha sido tan rápida y tan inesperada que ninguno de ellos se da cuenta, y siguen avanzando, ahora por otros desiertos, sin notar la diferencia.
En el cielo la tormenta se disipa y rápidamente un sol abrasador empieza a calentar la arena, haciendo sentir a los caminantes la urgencia de reposo y agua. Pasan las horas; nunca anochece. El sol parece eterno y la sed se vuelve desesperante.
De pronto el hombre ve, delante, un pozo de agua, palmeras, sombra, y los tres corren hacia allí. Al llegar, descubren que el lugar está cercado y que un guardia cuida la entrada debajo del portal que dice: «PARAÍSO».
El viajero pide permiso para pasar a beber y descansar, y el guardia contesta:
—Tú puedes pasar, desconocido, pero tu caballo y tu perro deben quedar afuera.
—Pero ellos también tienen sed y además vienen conmigo –dice el hombre.
—Te entiendo –contesta el guardia–, pero éste es el paraíso de los hombres, y aquí no pueden entrar animales. Lo siento.
El hombre mira el agua... y la sombra. Está agotado y sin embargo...
—No, no. Así no entraré –dice.
Toma las riendas de su caballo, silba a su perro y sigue andando.
Unas horas, unos días o unas semanas más tarde, el grupo encuentra un nuevo oasis. Al igual que el otro, está rodeado de una cerca, al igual que aquel está custodiado por un guardia. Hay un cartel en el que igualmente pone: «PARAÍSO».
—Por favor –dice el hombre–, necesitamos agua y descanso.
—Claro, adelante –dice el guardia.
—Es que yo no entraré sin mi caballo y sin mi perro –advierte el hombre.
—Claro. A quién se le ocurre. Todos los que llegan aquí son bienvenidos –contesta el guardia.
El hombre se lo agradece y los tres corren a hundir su cara en el agua fresca.
—Pasamos por otro «Paraíso» antes de llegar aquí –dice el viajero, después de un rato–, pero no me dejaron entrar con ellos...
—Ah, sí... –dice el guardia–. Ese lugar es el Infierno.
—Pero qué barbaridad –se queja el hombre–, ustedes deberían hacer algo para sacarlos del camino al Paraíso porque esa información falsa debe causar grandes confusiones.
—No, de ninguna manera —respondió el hombre vestido de blanco—. En realidad ellos nos hacen un gran favor, porque allí quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
 
  • REFLEXIÓN: La generosidad es un don muy preciado, y sólo el amigo verdadero, el que no olvida en ningún momento a sus amigos, el que está pendiente de las necesidades de los demás, el que no abandona cuando surgen las dificultades, sólo ese será recompensado con el afecto y el reconocimiento de los demás. Nadie llega muy lejos sin el amor de otros. Nadie llega a ningún lado olvidándose de los que ama.

10 de febrero de 2012

UNA OSTRA LLAMADA MARINA

Era una ostra marina, no un caracol. Su nombre era Marina. Era un bicho de profundidad y, como todas las de su raza, había buscado la roca del fondo para agarrarse firmemente a ella.
Una vez que lo consiguió, creyó haber dado con el destino claro que le permitiría vivir sin contratiempos su ser de ostra.
Pero la vida había puesto su mirada en ella y en todo lo que sucedería en su vida. Y Dios había decidido en su misterioso plan que Marina fuera valiosa. Ella simplemente había deseado siempre ser feliz. Y un día Dios permitió que entrara en la vida de Marina un granito de arena. Literalmente “un granito de arena”. Fue durante una tormenta de profundidad. De ésas que casi no provocan oleaje de superficie, pero que remueven el fondo de los océanos. Cuando el granito de arena entró en su existencia, Marina se cerró violentamente. Así lo hacía siempre que algo entraba en su vida, porque es la manera de alimentarse que tienen las ostras. Todo lo que entra en su vida es atrapado, desintegrado y asimilado. Si esto no es posible, se expulsa hacia el exterior el objeto extraño.
Pero con el granito de arena, la ostra Marina no pudo hacer lo de siempre. Bien pronto constató que aquello era sumamente doloroso, la hería por dentro. Lejos de desintegrarse más bien la lastimaba a ella.
Quiso entonces expulsar ese cuerpo extraño, pero no pudo...
Ahí comenzó el drama de Marina. Lo que Dios había permitido pertenecía a aquellas realidades que no se dejan integrar, y que tampoco se pueden suprimir. El granito de arena era indigerible e inexpulsable. Y cuando trató de olvidar o ignorar, tampoco pudo.
Frente a esta situación se hubiera pensado que a Marina no le quedaba más que un camino: “luchar contra su dolor, rodeándolo con el pus de su amargura, generando un tumor que terminaría por explotarle envenenando su vida y la de todos los que la rodeaban”.
Pero en su vida había una hermosa cualidad. Era capaz de producir sustancias sólidas. Normalmente las ostras dedican esta cualidad a su tarea de fabricarse un caparazón defensivo, rugoso por fuera y suave por dentro. Pero también pueden dedicarlo a la construcción de una perla. Y eso fue lo que realizó Marina. Poco a poco, y con lo mejor de sí misma, fue rodeando el granito de arena del dolor que Dios le había enviado, y a su alrededor comenzó a gestarse una hermosa perla...
Me han comentado que normalmente las ostras no tienen perlas. Que éstas son producidas sólo por aquellas que se deciden a rodear, con lo mejor de sí mismas, el dolor de un cuerpo extraño que las ha herido.
Muchos años después de la muerte de Marina, unos buzos bajaron hasta el fondo del mar. Cuando la sacaron a la superficie, se encontró en ella la hermosa perla de su vida. Al verla brillar con todos los colores del cielo y del mar, nadie se preguntó si Marina había sido feliz, simplemente supieron que Marina había sido valiosa.
 
  • REFLEXIÓN: Todos llevamos en nuestros interior una perla, algo bueno y precioso, pero debemos poner esfuerzo, constancia y esperanza para poder cultivarla, y además aprender a soportar el dolor cuando llega. La perla que hay en nosotros sólo crecerá si estamos dispuestos a rodearla con lo mejor de nosotros mismos.

27 de enero de 2012

EL LIRIO Y EL PÁJARO

Había una vez un lirio que crecía sano en un lugar apartado, junto a un arroyo. El lirio vestido hermosamente vivía despreocupado y alegre durante todo el día. El tiempo pasaba felizmente sin que él siquiera se diera cuenta. Y sucedió un buen día que un pajarillo fue a visitar al lirio, y habló con él de tonterías y cantó alguna cancioncilla. El pájaro volvió al día siguiente, y al otro, y al siguiente... Después de una semana, de pronto se ausentó unos cuantos días, hasta que al fin otra vez regresó diariamente. Esto le pareció al litio extraño e incomprensible; pero sobre todo le pareció caprichoso. Pero lo que suele acontecer con frecuencia también le aconteció al lirio: a medida que se alternaban sus visitas con sus ausencias se iba enamorando más y más del pájaro, quizá justamente porque el lirio nunca había conocido a nadie tan caprichoso.
Aquel pajarillo no era un buen pájaro, de buena familia o de buen corazón. En vez de alegrarse por su belleza y regocijarse a su lado con su frescura e inocencia, trataba casi todo el tiempo de darse importancia, utilizando para ello su libertad y haciendo sentir al lirio lo atado que estaba al suelo.
El pajarillo era además un charlatán y narraba al tuntún cosas y más cosas, verdaderas y falsas; contaba cómo en otras tierras había otros muchos lirios maravillosos, junto a los cuales se gozaba de una paz y una alegría, un aroma, un colorido y un canto de pájaros indescriptibles.
El pájaro daba fin a cada historia con alguna variación de la siguiente frase: «Comparado con ellos pareces un don nadie. Eres tan insignificante que no sé con qué derecho te llamas a ti mismo un lirio».
Cuanto más escuchaba al pájaro, mayor era la preocupación del lirio. No podía dormir tranquilo ni despertarse alegre. Se pasaba el día entero pensando que era un desgraciado, que estaba encarcelado y atado al suelo, que no era justo.
El murmullo del agua, que siempre lo había acompañado, se le antojó aburrido y los días se le hicieron cada vez más largos.
Y empezó a hablar consigo mismo:
—Es muy fastidioso esto de tener que oír eternamente un día tras otro lo mismo... Es algo inaguantable. Y encima parecer tan poca cosa como yo... Ser tan insignificante como el pajarillo dice que soy... ¡Ay! ¿Por qué no me tocó existir en otra tierra, en otras circunstancias? ¿Por qué no habré nacido yo en aquella tierra lejana? Yo no aspiro a lo imposible, a convertirme en algo distinto de lo que soy, por ejemplo en un pájaro; mi deseo es simplemente llegar a ser un lirio maravilloso, a lo sumo el más maravilloso de todos.
Mientras tanto, el pajarillo iba y venía, y en cada visita y cada despedida hacía crecer la inquietud del lirio.
Por fin, un día, la flor se confió completamente al pájaro y le contó sus deseos. Le pidió ayuda para cambiar.
Por la mañana temprano vino el pajarillo; con su pico echaba a un lado la tierra que rodeaba la raíz del lirio para que éste pudiera quedar libre. Terminada la tarea, el pájaro se irguió vanidoso, guiñó un ojo al lirio, sacó pecho y, tomando al lirio, lo levantó en el aire y lo partió.
El pájaro había jurado llevar al lirio allá donde florecían los otros lirios maravillosos; después lo ayudaría a quedarse plantado allí y, gracias al cambio de lugar y al nuevo entorno, sería el pájaro el primer testigo de la transformación.
¡Pobre lirio, se marchitó por el camino!
Si el preocupado lirio se hubiera contentado con ser lirio donde nació, no habría llegado a preocuparse; y sin preocupaciones podría haber permanecido en su lugar, y hubiese sido precisamente ese lirio el mejor lirio que él pudiera llegar a ser.
 
  • REFLEXIÓN: A veces nosotros actuamos como el lirio de la historia, sucumbiendo a las sugestiones de los demás y con la necesidad de vivir de comparaciones. El lirio se compara porque mira hacia fuera para saber quién es, cómo debe ser y cuál es su verdadero valor. En realidad la felicidad se encuentra si conseguimos mirar hacia dentro de nosotros. Eres feliz si te limitas a ser lo que en realidad eres, si aceptas tu condición y vives feliz allá donde te encuentres... porque "donde Dios nos sembró, es preciso saber florecer".

12 de enero de 2012

EL ELEFANTE ENCADENADO

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante, que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre, o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan, entonces?».
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.
Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
«El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño».
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, ¡cree que no puede!. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza otra vez...
 
  • REFLEXIÓN: Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas invisibles que nos restan libertad. Vivimos pensando que "no podemos" hacer montones de cosas, simplemente porque una vez lo intentamos y no lo conseguimos, o alguien nos dijo que no podríamos. La única manera de saber si podemos conseguir algo es intentarlo de nuevo poniendo en el intento todo nuestro corazón.

5 de enero de 2012

LA LEYENDA DEL PUERCOESPÍN

Durante la Edad de Hielo muchos animales murieron a causa del frío. Los puercoespín, dándose cuenta de la situación, decidieron unirse en grupos. De esa manera se abrigarían y protegerían entre sí, pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más cercanos, los que justo ofrecían más calor. Por lo cual decidieron alejarse unos de otros y empezaron a morir congelados. Así que tuvieron que hacer una elección: o aceptaban las espinas de sus compañeros o desaparecerían de la Tierra.
Con sabiduría decidieron volver a estar juntos. De esa forma aprendieron a convivir con las pequeñas heridas que la relación con los más cercanos puede ocasionar, ya que lo más importante es el calor del otro. De esa forma pudieron sobrevivir.

  • REFLEXIÓN: La mejor relación no es aquella que une a personas perfectas, sino aquella en que cada individuo aprende a vivir con los defectos de los demás y a admirar sus cualidades.