Sydney Smith era una especie de celebridad en la ciudad donde vivía. Un día decidió encargar a un artista local que pintara su retrato. El artista hizo un esbozo previo y se lo presentó a Sydney para su aprobación. Era de un parecido perfecto, pero Sydney se sintió molesto.
—¡Esto no es precisamente lo que yo quería! –dijo–. Ha hecho mi cara demasiado redonda. Tiene que hacerlo de nuevo.
El pintor hizo otro esbozo, pero Sydney no estaba aún satisfecho.
—Mis espaldas no parecen bastante anchas –dijo–. Hágalo otra vez; pero ahora cambie algo las espaldas.
El artista hizo otro boceto con el rostro enjuto y las espaldas anchas.
Sydney movió la cabeza impaciente.
—Aún no está bien –dijo–. Me parece que la forma del mentón está mal, y los ojos son demasiado pequeños. Tampoco me gusta la nariz.
El pintor hizo un boceto tras otro, hasta que por fin Sydney se sintió satisfecho.
—Bueno –dijo–. Finalmente comienzo a gustarme.
Cuando tuvo el retrato en casa, invitó a todos sus amigos y parientes a que fueran a verlo. Todos se echaron a reír.
—¡Qué artista tan horrible! –dijeron–. No se parece en nada a ti. ¡Cómo ha podido dibujarte de esa manera! No ha captado ninguna de tus cualidades: la bondad de tu rostro, el destello de tu mirada... Eres mucho más atractivo de lo que aparentas en el cuadro que te ha hecho.
Cuando se hubieron ido, Sydney miró el retrato avergonzado y confuso. Lo envolvió en un papel oscuro y se lo devolvió al artista.
—He cambiado de parecer –dijo–. Deseo que haga el retrato de nuevo; pero esta vez hágalo como el boceto original que me mostró. Ése es el que más me gusta.
- REFLEXIÓN: A veces nuestro yo ideal es muy diferente de nuestro yo real. Necesitamos aprender a vernos y aceptarnos como realmente somos. Los que están cerca de nosotros nos quieren por lo que somos, no por lo que a nosotros nos gustaría ser. Una pobre imagen de sí mismo puede falsear nuestro modo de presentarnos a los otros. Necesitamos confiar en la gente para aceptarnos como realmente somos.