Iba yo pidiendo, de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando un carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey magnífico.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Aquel rey me miró y bajó sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin.
Y de pronto, él me tendió su mano diciéndome: «¿Puedes tú darme alguna cosa?».
¡Ah, qué ocurrencia de su realeza! ¡Pedirle a un mendigo!
Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y se lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón.
¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darle todo!
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Aquel rey me miró y bajó sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin.
Y de pronto, él me tendió su mano diciéndome: «¿Puedes tú darme alguna cosa?».
¡Ah, qué ocurrencia de su realeza! ¡Pedirle a un mendigo!
Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y se lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón.
¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darle todo!
- REFLEXIÓN: Nuestro egoísmo no nos deja en muchos casos compartir con los demás nuestras posesiones, y sin embargo, cuando la vida se comparte, de forma milagrosa, se multiplica.