15 de mayo de 2017

EL ROBO DEL CABALLO

Un califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe del que estaba encaprichado el jefe de una tribu, llamado Omah, que le ofreció un gran número de camellos a cambio; pero Al-Mamun no quería desprenderse de su animal. Aquello encolerizó a Omah de tal manera que decidió hacerse con el caballo fraudulentamente.
Sabiendo que Al-Mamun solía pasear con su caballo por un determinado camino, Omah se tendió juntó a dicho camino disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Y como Al-Mamun era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital.
—Por desgracia, –se lamentó el mendigo–, llevo días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme.
Entonces Al-Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo montó en su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero, en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope, con Al-Mamun corriendo detrás de él para alcanzarlo y gritándole que se detuviera. Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y comenzó a hacer caracolear al caballo.
—¡Está bien, me has robado mi caballo! –gritó Al-Mamun– ¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte!—¿De qué se trata? –preguntó Omah también a gritos.
—¡Que no cuentes a nadie cómo te hiciste con mi caballo!
—¿Y por qué no he de hacerlo?
—¡Porque quizá un día puede haber un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y, si la gente se ha enterado de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda!
 
  • REFLEXIÓN: Así somos las personas en determinadas ocasiones... nos dejamos llevar por comentarios y prejuicios que pueden disuadirnos de ayudar a alguien que tal vez lo necesite realmente, sólo porque alguien alguna vez engañó a otra persona en circunstancias parecidas. No dejes pasar la ocasión de prestar tu ayuda desinteresada olvidando prejuicios.

5 de mayo de 2017

TESORO ESCONDIDO

Era un mendigo que había pasado casi toda su vida pidiendo limosna, sentado en la acera de una tumultuosa calle en una ciudad.
Ya en las postrimerías de su vida, seguía alargando una y otra vez el brazo tembloroso a la espera de que alguna persona caritativa dejara una moneda en su mano.
Durante varias décadas había vivido de la caridad de los otros, mirándolos suplicante, lamentándose para atraer la atención y pena de los viandantes. Pero un atardecer, le visitó la muerte y cayó desplomado justo allí donde había mendigado durante casi toda su larga existencia.
Unos días después, excavaron en el lugar para hacer un desagüe y encontraron un cofre lleno de joyas de un incalculable valor.
El hombre había estado durante más de cincuenta años sentado sobre un fabuloso tesoro, pero, ignorante del mismo, no había dejado de mendigar ni un solo día.
 
  • REFLEXIÓN: Buscamos la felicidad fuera de nosotros; miramos tan lejos que no podemos ver lo que hay cerca. Somos mendigos de todo lo ajeno; pordioseros de lo que habita fuera de nosotros mismos. Reclamamos que los demás nos hagan sentirnos bien, nos procuren dicha y diversión, nos afirmen y aprueben, nos produzcan paz y tranquilidad. Pero la fuente de esta dicha está dentro de nosotros, porque es ahí donde sentimos, experimentamos, vivenciamos y, en última instancia, vivimos. En el mundo exterior podemos hallar confort, diversión, encuentro y desencuentro, placer y sufrimiento, pero el tesoro de la paz interior sólo está en nosotros mismos y es nuestra responsabilidad buscarla y encontrarla.