27 de octubre de 2016

EL CABALLERO DE LA MESA REDONDA

El joven rey Arturo fue sorprendido y apresado por el monarca del reino vecino mientras cazaba furtivamente en sus bosques. El rey pudo haberlo matado en el acto, pues tal era el castigo para quienes violaban las leyes de la propiedad, pero se conmovió ante la juventud y la simpatía de Arturo y le ofreció la libertad, siempre y cuando en el plazo de un año hallara la respuesta a una pregunta difícil. La pregunta era: «¿Qué quiere realmente una mujer?».
Semejante pregunta dejaría perplejo hasta al hombre más sabio y al joven Arturo le pareció imposible contestarla. Con todo, aquello era mejor que morir ahorcado, de modo que regresó a su reino y empezó a interrogar a la gente. A la princesa, a la reina, a las prostitutas, a los monjes, a los sabios y al bufón de la corte... En suma, a todos, pero nadie le pudo dar una respuesta convincente.
Eso sí, todos le aconsejaron que consultara a la vieja bruja, pues sólo ella sabría la respuesta. El precio sería alto, ya que la vieja bruja era famosa en todo el reino por el precio exorbitante que cobraba por sus servicios.
Llegó el último día del año convenido y Arturo no tuvo más remedio que consultar a la hechicera. Ella accedió a darle una respuesta satisfactoria a condición de que primero aceptara el precio: Ella quería casarse con Gawain, el caballero más noble de la Mesa Redonda y el más íntimo amigo de Arturo.
El joven Arturo la miró horrorizado: era jorobada y feísima, tenía un solo diente, despedía un hedor que daba nauseas a cualquiera, hacía ruidos obscenos... Nunca se había topado con una criatura tan repugnante.
Se acobardaba ante la perspectiva de pedirle a su amigo de toda la vida que asumiera por él esa carga terrible. No obstante, al enterarse del pacto propuesto, Gawain afirmó que no era un sacrificio excesivo a cambio de la vida de su compañero y la preservación de la Mesa Redonda.
Se anunció la boda y la vieja bruja, con su sabiduría infernal, dijo:
—Lo que realmente quiere la mujer es: «¡Ser la soberana de su propia vida!»
Todos supieron al instante que la hechicera había dicho una gran verdad y que el joven rey Arturo estaría a salvo. Así fue: al oír la respuesta, el monarca vecino le devolvió la libertad. Pero, menuda boda fue aquella,... asistió la corte en pleno y nadie se sintió más desgarrado entre el alivio y la angustia, que el propio Arturo.
Gawain se mostró cortés, gentil y respetuoso. La vieja bruja hizo gala de sus peores modales, engulló la comida directamente del plato sin usar los cubiertos, emitía ruidos y olores espantosos...
Y llegó la noche de bodas. Cuando Gawain, ya preparado para ir al lecho nupcial aguardaba a que su esposa se reuniera con él... ¡ella apareció con el aspecto de la doncella más hermosa que un hombre desearía ver!...
Gawain quedó estupefacto y le preguntó qué había sucedido. La joven respondió que como había sido cortés con ella, la mitad del tiempo se presentaría con su aspecto horrible y la otra mitad con su aspecto atractivo.
Entonces le preguntó cuál prefería para el día y cuál para la noche.
¡Qué pregunta tan cruel!... Gawain se apresuró a hacer cálculos...
¿Querría tener durante el día a una joven adorable para exhibirla ante sus amigos y por las noches, en la privacidad de su alcoba, a una bruja espantosa? O, por el contrario, ¿prefería tener de día a una bruja y a una joven hermosa en los momentos íntimos de su vida conyugal?...
¿Vosotros qué habríais preferido...? ¿Qué hubierais elegido...?
Gawain, tras mucho pensar, decidió que la dejaría elegir por sí misma.
Al oír esto, ella le anunció que siempre sería una hermosa dama, tanto de día como de noche, lo haría porque él la había respetado y le había permitido ser dueña de su vida.
 
  • REFLEXIÓN: Debemos respetar siempre el espacio individual de cada persona. Ser respetuosos con la personalidad y dignidad de cada ser humano. Cada persona tiene su propia valía por lo que es. Sólo somos dueños de nuestra propia existencia, pero no de la de los demás.

5 de octubre de 2016

LA VIOLETA Y EL CARDO

Cuentan de un santo que, al amanecer, comenzaba a hacer oración y para orar se ponía en una mano un cardo y en la otra una violeta.
Un día preguntaron al santo cuál era la razón de tal práctica. Y el santo contestó:
—El cardo me recuerda el orgullo. La violeta, la humildad.
—¿Por qué? –le volvieron a preguntar.
El santo respondió:
—El cardo es grande y se eleva altivo. No da frutos, tan sólo pinchos que se clavan como flechas hirientes cuando intentamos acercarnos a él. La violeta, en cambio, es una flor pequeña, sencilla, insignificante, pero muy olorosa. Lo mismo que la humildad: no se ve, pero se nota en el decir y en el obrar.
 
  • REFLEXIÓN: Todos deberíamos tener en cuenta al actuar estas dos posibles actitudes que pueden ayudar o destruir a una persona. Cada día tenemos que hacer el esfuerzo de no olvidar el disminuir nuestro orgullo para que pueda crecer la humildad.