2 de mayo de 2016

EL ZORRO Y EL LEÓN

En el país de la selva, imperaba la ley del más fuerte, por eso en ella reinaba el León. Carente de virtudes morales, huraño y perezoso, basaba su poder sólo en la fuerza, en sus poderosos músculos, en sus potentes garras, en sus feroces bramidos. Todo ello le servía para tener el control, (cuando rugía, a todo el mundo hacía estremecer). Por eso el alimento era cosa vital, no solo para el cuerpo, sino, básicamente, para sostener su reinado, tarea que día a día se le iba haciendo más difícil, dado que algunos animales, los más lúcidos, poco a poco iban descubriendo sus mañas y ya no eran presas fáciles de caer en sus garras. La realidad era que cada vez le iban quedando menos animalitos para procurarse sustento -entre esos estaban las cándidas cabras-. Ello convertía su necesidad de mantener su trono en un engorro permanente.
Un día caminaba por los montes un Zorro hambriento, relamiéndose los bigotes por unas cabras que a unos pasos veía inocentes jugar. Las cabras eran fáciles de capturar, porque eran tontas y tenían un despiste y curiosidad natural, pero se necesitaba fuerza y velocidad para no dejarlas escapar, cualidades que el Zorro, apesadumbrado reconocía, no las tenía.
En esas tristes cavilaciones se encontraba, cuando a lo lejos divisó al León, que aburrido entre las matas esperaba inútilmente que las cabras se acercaran a una distancia donde él pudiera propinar su zarpazo fatal. 
El Zorro distinguió su aburrimiento viéndolo contar las moscas que le revoloteaban por la nariz. Entonces los ojos se le iluminaron, inspirado tal vez por los silbidos de su panza, se le aguzó la imaginación y puso en marcha su astucia ponderable.
Cauteloso fue acercándose al León.
—¡Hola amigo León... Pobre, qué aburrido se le ve! –dijo, tratando que su voz sonara solidaria.
—¡Ya lo ves!... aquí estoy desde temprano, esperando que esas cabras imbéciles se acerquen hasta aquí! –gruñó el León.
—¡Bueno a mi no me va mejor con ellas... Las tengo cerca pero no tengo la fuerza ni la velocidad que usted tiene!... Por eso amigo, ¡creo que tengo la solución para el problema de los dos! –dijo el Zorro, mientras se le iba arrimando discretamente.
—¿Solución al problema de los dos? ¿Qué estás diciendo Zorro estúpido? –espetó con un bramido el León.
El León se encrespó y preparó las garras para propinar un escarmiento al insolente Zorro, pero se detuvo, pensó un instante, pensó en su hambre, pensó en el aburrimiento que tenía... y reflexionó:
—¿Qué pierdo con escuchar a este insensato? –se dijo para sus adentros– ¡Bueno, habla, que te escucho! -dijo, mientras cazaba al aire una mosca y se la engullía.
—¡Es fácil, muy fácil don León –respondió el Zorro, con tono convincente– ¡Mire, usted se queda quietecito y atento aquí mismo mientras yo me ocupo de llamar la atención de las cabras, las voy atrayendo hacia usted, y cuando las tenga a su alcance, ¡zas, ahí le da el salto y listo!... ¿Qué le parece la idea?
El León pensó un instante y creyó que no perdía nada con intentarlo y le dijo:
—Sólo una cosa más, Zorro, ¿qué pretendes a cambio?
—¡Pero, cómo pregunta eso!... No quiero nada más ni menos que lo que usted quiere. ¡Alimento! Y para mí en especial, el honor de comer de su misma mesa! –contestó muy ufano el Zorro.
—¡De acuerdo, trato hecho! –dijo el León y, con un apretón de garras, formalizaron la alianza.
Entonces el Zorro comenzó a desplegar sus habilidades más sibilinas. Se ubicó a una distancia donde pudieran verlo las cabras y ahí mismo empezó a dar brincos, saltos y más saltos y volteretas al aire. Trepaba hasta un árbol cercano y se dejaba caer colgando la cabeza a tierra mientras lanzaba su grito chillón, y siguió así hasta llamar la atención de todas las cabras que, curiosas, comenzaron a acercarse poco a poco a ver qué ocurría...
Ahí el Zorro arremetió con todo su repertorio, arreció con sus cabriolas mientras calculadamente se acercaba cada vez un poco más a los matorrales donde escondido aguardaba el León. 
Las cabras inocentes, cada vez más intrigadas, aleladas iban siguiendo los jugueteos del pillo Zorro. El León, mientras tanto, sin dar crédito a la astucia que comprobaba tenía su compinche, tensó sus músculos y concentró su atención al máximo, esperando atento el momento infalible. Cuando tuvo a su alcance una hermosa cabra y supo que no podía fallar, dio el salto y de un zarpazo la cazó y comenzó su faena. 
Contento el Zorro dio un aullido de victoria y quiso sumarse al festín, el León con un gruñido que heló la sangre, le dio un zarpazo que lo dejó quieto.
Sólo cuando se hubo saciado a más no poder, dejó unas sobras miserables que el Zorro, humillado, se dispuso a comer.
 
  • REFLEXIÓN: Cuidado con aquellos que hábilmente pretender engañarnos con sus artimañas, apariencias, palabrería, trucos y banalidades, porque, al final, pueden ser ellos los engañados.