15 de abril de 2016

LOS DOS ANACORETAS

Un anciano yogui estaba meditando a la orilla de un río sagrado. Otro yogui más joven quería impresionarlo. Le gritó desde la orilla opuesta y empezó a cruzar caminando sobre las aguas, hasta llegar junto al anciano, que ni siquiera se inmutó.
—¿No te he dejado boquiabierto? –preguntó el joven.
—¿Cómo has conseguido ese poder? –preguntó el anciano.
El joven anacoreta dijo:
—En verdad, no ha sido fácil. He tardado doce años. He practicado mantras muy secretos, poderosos ejercicios de visualización, penitencias sin límite y una gran austeridad. Durante doce años he seguido una rigurosa ascesis en los montes Himalaya. A veces he estado durante varios días apoyándome sobre una sola pierna o he mantenido un brazo en alto durante horas.
—No dejas de sorprenderme –dijo el anciano.
—Luego te sorprendo, ¿verdad? –comentó con arrogancia y vanidad el joven–. Ya sabía yo que te asombraría.
—Sí, amigo mío, me asombra que hayas hecho tantos esfuerzos durante doce años para fortalecer tu ego siendo tan barato alquilar una barca para cruzar el río.
 
  • REFLEXIÓN: Con frecuencia gastamos nuestra energía intentando aumentar nuestra vanidad y nuestro ego con cosas totalmente inútiles. Nos enredamos en la autoimportancia y la soberbia que no produce más que satisfacción a corto plazo, pero insuficiente si verdaderamente se quiere ser feliz. Empleemos nuestro esfuerzo y energía en cosas realmente importantes que nos produzcan sabiduría y crecimiento real y no en banalidades.