21 de septiembre de 2015

CUANDO CAEN LAS HOJAS

—Jardinero –llamó la niña desde la valla del jardín– ¿por qué hay árboles que pierden su vestido de hojas en invierno, mientras otros se cubren del frío con las mismas hojas del verano?
—¿Por qué te lavas la cara cada mañana en el manantial? ¿Por qué arreglas tu lazo ante el espejo cada día cuando el sol se asoma por tu ventana?
El jardinero guardó silencio mientras la niña le observaba con una mirada inocente de extrañeza.
—El agua con la que lavas tu cara por las mañanas es diferente cada día –continuó el jardinero–. Y el lazo con el que adornas tus cabellos es el mismo cada día.
—No entiendo, señor.
El jardinero se acercó a la valla y, señalando los árboles del jardín, le dijo a la niña:
—No existe árbol que no pierda sus hojas. Unos desnudan sus ramas bostezando cada otoño, y otros dejan caer sus hojas poco a poco a lo largo del año, mientras hacen salir hojas nuevas que ocupan el lugar de las anteriores. Por eso a ti te parece que no cambian su ropaje verde.
—¿Y no sería más fácil tener siempre las mismas hojas, sin tener que hacer el esfuerzo de cambiarlas cada vez? –preguntó la niña mientras miraba un roble cercano.
—¿Acaso no te hace tu madre vestidos nuevos cada primavera para que estés más hermosa y puedas dejar de ponerte los viejos?
—Sí –respondió la niña mirándole a los ojos.
—Y cuando un vestido se te queda viejo, ¿qué hace tu madre con él?
—Lo convierte en trapos o en retales, para hacer colchas para mi cama.
—Pues, mira bien. Con las hojas viejas, los árboles hacen una colcha de retales a su alrededor, alimentando el suelo del que luego tomarán su sustento, y dando vida a otras plantas y animales.
Un gesto de alegre asombro se dibujó en la cara de la niña.
—¡Cuánto saben los árboles, jardinero!
Un estremecimiento recorrió la espalda del hombre, al contemplar los ojos inocentes de la niña.
—Sé, pues, sabia como los árboles, y cuando la vida te pida que dejes caer las viejas hojas de tu mente y de tu corazón, no dudes en hacerlo, para que tu alma pueda disponer de un vestido nuevo cada primavera.
 
  • REFLEXIÓN: Debemos aprender a ser como los árboles; ser sabios es saber desprendernos de aquellas ideas o prejuicios que nos perjudican a nosotros mismos y a los demás y no nos dejan renovarnos y evolucionar.

14 de septiembre de 2015

EL VENDEDOR DE GLOBOS

Eran las fiestas del pueblo. Un pueblo cualquiera, ni muy grande, ni muy chico. Habían venido vendedores ambulantes. Y entre los vendedores había llegado un vendedor de globos. Eran las diez de la mañana y no había vendido ningún globo. Claro, los chicos andaban escasos de dinero y entonces lo que preferían era comprar una chocolatina, cualquier cosa pero no un globo, que es de lo más inútil.
Entonces al hombre se le ocurrió una idea: sacrificar un globo. Agarró un globo rojo que tenía, y lo soltó. No faltó un chico que le dijera a su mamá:
—¡Mira! ¡Un globo!
—Ah, sí, se le habrá escapado al señor.
Al ratito el hombre soltó un globo verde y enseguida un globo blanco, que se empezaron a perseguir por el cielo. Y claro: ya todo el mundo empezó a señalarlos. Después soltó los globos más lindos que tenía: dos azules con uno amarillo al centro. Entonces, frente a todos esos globos que empezaban a subir hacia el cielo, pasando entre las ramas, todos los niños, empezaron a rodear al vendedor de globos y a pedir:
—¡Ah, yo quiero un globo, mamá...!
Bueno, la cuestión es que el tipo vendió todo el resto de los globos. Sacrificó cinco, pero vendió decenas.
Entre los niños había un niño negrito. El niño estaba triste, descalcito, con el pantaloncito roto, miraba a los otros chicos con lágrimas en los ojos. Y entonces el señor de los globos se dio cuenta del niño y le preguntó:
—Muchacho... ¿quieres un globo?
El chico al momento le respondió:
—Ah, no... 
—¿Cómo no?... Mira, te lo regalo. Elige el globo que más te guste y te lo regalo.
—No.
—Pero, ¿no quieres un globo?
—No.
—¿Entonces qué te pasa?
Y el chico se anima al verlo tan bueno y le dice al vendedor:
—Señor, si usted suelta ese globo negro que está ahí, ¿subirá tan alto como los otros globos?
Porque la cuestión no era tener o no tener un globo, sino ser o no ser como los demás.
Entonces el señor se emociona tanto que desata el globo negro y se lo entrega al niño diciendo:
—Haz la prueba.
El chico soltó el globo, y cuando vio cómo subía, empezó a saltar y cantar, feliz de que el globo negro también había subido a los cielos.
Entonces el hombre quedó tan impresionado que acercándose, le acaricia la cabeza, y le dice:
—Te voy a decir un secreto. Lo que hace subir para arriba al globo no es ni el color ni la forma, es lo que tiene dentro. Pero para que un globo suba al cielo hay que traer gas del cielo. Si yo lo lleno con gas del cielo entonces... subirá, subirá, subirá hasta el infinito.
 
  • REFLEXIÓN: Lo importante en la vida es lo que llevamos en nuestro interior, no importa que tengamos unas cualidades u otras, unas habilidades u otras; todos somos igual de importantes y válidos; lo que tenemos que hacer es intentar llenar nuestro interior de buenos pensamientos y acciones para poder elevarnos a lo más alto. Lo primordial en cada persona es lo que tiene en su interior, lo que realmente es.