Una noche, un viajero llegó a una pequeña ciudad, acompañado de un siervo y un asno cargado de mercancías.
Delante de una posada, le dijo a su servidor:
—¡Vigila atentamente al asno, que yo voy a tomarme un vaso de leche!
Al entrar en la posada, vio a un grupo de sufís cantando y bailando juntos. Le invitaron a entrar en el círculo y le propusieron bailar con un típico canto de la tierra llamado: “El asno se ha ido”. Feliz de poder tomar parte en una actividad tan relajante, de buen grado aceptó la propuesta, se unió al grupo y empezó a bailar imaginando que el asno simbolizaba el ego del que hay que liberarse. Se puso a cantar y bailar con tal entusiasmo que hasta entró en trance.
Al cabo de un rato, cuando quiso reanudar su camino, se dio cuenta de que su asno había desaparecido. Furioso, reconvino a su servidor:
—Pero ¿qué has hecho, inútil y descuidado? ¡Te ordené que vigilaras el asno!
—He venido a avisarle de que querían robárselo –repuso el siervo apenado–, pero como le vi en el colmo de la felicidad cantando “El asno se ha ido. El asno se ha ido”... supuse que no le importaba y no quise insistir.
- REFLEXIÓN: Así son los malentendidos, que a veces nos hacen perder hasta lo que más apreciamos por no aclarar las cosas cuando es necesario.