20 de junio de 2014

LOS SALVADORES

Cuando los seres humanos hicieron su aparición en la superficie de la tierra, los animales se alarmaron. Vivir al aire libre ya no sería seguro para ellos.
Los topos fueron los que más se inquietaron. Su jefe, asustado, les dirigió la palabra:
—Amigos, ya no estamos seguros viviendo en la superficie de la tierra. No sobreviviremos con tantas amenazas contra nuestra salud y bienestar. La única solución es retirarnos. Horademos la tierra, y allí podremos vivir protegidos de este entorno corrompido y peligroso.
Los topos abrieron túneles debajo de la superficie de la tierra y comenzaron su existencia oculta y subterránea. Aislados del mundo exterior, su vida era difícil, pero se sentían seguros. Para amoldarse al nuevo entorno tuvieron que desarrollar formas de vida y de trabajo diferentes. Hubieron de formular una nueva filosofía de la vida y adoptar un nuevo sistema de valores. Había poco aire para respirar y el alimento escaseaba. A fin de sobrevivir, era esencial formar una comunidad robusta. Los topos tenían prohibidas las amistades personales, las relaciones íntimas y una vida social activa. Su vida estaba sometida a una fuerte disciplina y reglamentación. Sus líderes no cejaban de insistir en la propaganda:
—Queridos hermanos y hermanas topos, somos seres afortunados. Nos hemos salvado de la contaminación y los peligros del mundo exterior. Somos una especie elegida. Fuera, en el mundo, nuestros hermanos y hermanas animales están amenazados y corrompidos. Solamente nosotros llevamos una vida sana, pura y plena. Dios nos ha salvado de la corrupción del mundo para que sirvamos de inspiración a otros y sigan nuestro ejemplo.
Todos los topos se hicieron eco de estas alentadoras consignas.
—Hemos sido salvados de la corrupción y de los peligros del mundo. Somos una especie elegida. Servimos de modelo a otros para que sigan nuestro ejemplo.
Tal fue su entusiasmo que muchos topos se levantaron y dijeron a sus compañeros:
—Si a esos infelices animales de fuera pudiéramos mostrarles la calidad de nuestras vidas, la fuerza de nuestra comunidad, la felicidad de nuestra existencia, fácilmente seguirían nuestro ejemplo y se salvarían. ¡Ea! Salgamos a ese mundo malvado a predicar nuestro mensaje de salvación a nuestros hermanos y hermanas para traerlos a nuestras madrigueras.
Los topos salieron a la superficie llenos de celo e interés por sus hermanos y hermanas de la tierra. Al dejar la oscuridad y encontrarse con la luz del sol, los ojos les picaban por la intensidad de los colores, los oídos les dolían por lo desacostumbrado de los sonidos, sus pulmones se asfixiaban por las ráfagas de aire fresco y su negra y gruesa piel les hacía imposible soportar la fuerza del sol. Se retiraron a sus madrigueras tan pronto como pudieron, y nunca más se los volvió a ver en la superficie de la tierra.
 
  • REFLEXIÓN: Si tenemos algo importante que decir a la gente, hemos de estar en contacto con la realidad de su vida. Los verdaderos principios y valores son abiertos y no necesitan ser inculcados. No necesitan ideologías, comunidades altamente organizadas ni técnicas de lavado de cerebro para expresar y difundir su mensaje. Son un valor por sí mismos.

2 de junio de 2014

UN MATRIMONIO FELIZ

Dios observaba que aquel matrimonio se llevaba muy bien desde hacía muchos años y quiso hacerles un regalo. Envió al pájaro del bosque para que, volando sobre ellos, les hiciese llegar un pedacito del arcoíris. Y les dijo: 
—«La hondura de vuestro amor ha llegado hasta mí. Vuestra presencia será curativa para todo el poblado. Los enfermos quedarán sanos cuando os presentéis juntos ante ellos».
En efecto, así fue: cada vez que alguien caía enfermo llamaban a esta pareja que se presentaba ante el enfermo con su arcoíris y la enfermedad desaparecía.
Pero un día en que la mujer había ido a por agua al pozo, que estaban bien lejos, llegaron unos enviados gritando que el hijo del jefe estaba enfermo. El hombre intentó explicarles que faltaba su mujer, que sin ella su presencia no era eficaz, pero los enviados tenían orden del jefe de volver cuanto antes y forzaron al hombre a ir solo ante el enfermo. Pudo llevarse el pedacito de arcoíris, pero por mucho que quiso, el niño no mejoró. El jefe se enfadó, dijo que era un impostor y lo metió en la cárcel. Al rato, informada por las vecinas de lo que había pasado, también la mujer llegó a casa del jefe y pidió ver a su marido, pero el jefe se opuso y quiso que primero curase a su hijo. Ante él se presentó con el pedacito de arcoíris, pero tampoco ella consiguió nada, así que siguió el mismo camino que su marido y terminó en la cárcel.
El arcoíris, después de que el jefe intentase sin éxito hacerlo funcionar con todas las palabras mágicas que sabía, fue pintado de negro y enterrado para siempre.
En la cárcel, el hombre y su mujer se dijeron que a pesar del maltrato del jefe y de no tener el arcoíris seguían deseando el bien del niño y siguieron pidiendo por él. Esta vez el niño mejoró.
El jefe, al ver lo sucedido, les dejó salir, les pidió perdón y les hizo muchos regalos. Pero ellos estaban asombrados: ¿Cómo era posible que el niño se hubiese curado sin que ellos tuviesen el arcoíris?
Y Dios les respondió:
—«El arcoíris no tenía ningún poder, era simplemente un regalo, un signo visible de lo que de verdad cura, que es vuestro amor».
 
  • REFLEXIÓN: Muchas veces nos aferramos a ciertos objetos que nos sirven de amuletos y a los que dotamos con falsos poderes. En este caso el arcoíris no tenía ningún poder real, el verdadero poder curativo lo ejerció el amor. Y es que hay personas que realmente ayudan a otros solamente ofreciendo cariño, afecto, comprensión, cercanía. ¿Cuántas personas conocemos que nos impresionan por la calidad de su amor?