22 de mayo de 2014

LO QUE NO COMPRA EL DINERO

Alejandro era un hombre corriente. Tenía poco dinero, pero mucha felicidad. Estaba contento y satisfecho de su vida. Un día, mientras paseaba por la calle, se encontró unos billetes entre la basura. Sorprendido y sin darle crédito, cogió el puñado de billetes. Su primer impulso fue llevarse el dinero a casa; pero, después de un instante, mirando el dinero que tenía en sus manos, le habló así:
Eres un tesoro; pero, ¿realmente te necesito? Hasta hoy nunca te he tenido, y he sido perfectamente feliz, mientras que he visto a muchos de mis vecinos cargados de billetes como vosotros, y sin embargo desdichados. No quiero ser como ellos. Prefiero ser lo que soy sin vosotros a ser lo que ellos son con vosotros. No, no os necesito.
Y, sin más, arrojó los billetes a la basura.
Los billetes se sintieron muy ofendidos. Jamás antes se habían visto tratados de aquella vil manera. Airados, le gritaron a Alejandro:
¿Quién te crees que eres? ¡Debes ser un completo idiota! Cualquier otro nos deseará y querrá poseernos. ¿Cómo te atreves a tratarnos así? Te maldecimos. Serás un desgraciado por habernos rechazado. ¿Ignoras que el dinero puede comprar todo lo que este mundo ofrece? El dinero abre la puerta del placer, el prestigio y el poder. Si nos posees, nunca te faltará nada de lo que los hombres pueden apetecer. El dinero da la felicidad. No seas necio. Cógenos y llévanos a tu casa.
Alejandro replicó:
Tenéis razón en cierto modo. El dinero puede realmente comprar todas las cosas que este mundo ofrece; sin embargo no puede comprar los deseos más hondos del corazón de una persona. Mi corazón se ha sentido siempre satisfecho a pesar de no teneros nunca.
¡Mentiroso! -dijeron los billetes-. ¿Qué sabes tú del mundo y de sus placeres? Vamos; dinos lo que no podemos comprarte.
Alejandro sonrió tranquilamente mirando a los billetes dentro del basurero.
Es verdad que el dinero podría comprarme un lecho de oro, pero no podría comprarme el profundo sueño del que disfruto.
El dinero puede comprar cosméticos, pero no puede comprar mi robusta complexión.
El dinero puede comprar una casa suntuosa, pero no puede comprar la felicidad de mi hogar.
El dinero puede comprar el sexo, pero no puede comprar el amor de mi matrimonio.
El dinero puede comprar a la gente, pero no puede comprar la lealtad de mis amigos.
El dinero puede comprar libros, pero no puede comprar conocimientos y sabiduría.
El dinero puede comprar vestidos extravagantes, pero no puede comprar la dignidad personal.
El dinero puede comprar diversiones ocasionales, pero no puede comprar la alegría y la paz interiores.
El dinero puede comprarme un caro funeral, pero no puede comprarme la muerte feliz que espero tener.
En otras palabras, todo lo que vale la pena, lo que es realmente precioso en mi vida, tú, dinero, no puedes comprarlo. Sólo puedes introducirte falazmente en la vida de gente “inteligente”, induciéndoles a creer que puedes dar lo que no está en tu poder. Eres un embustero y un mentiroso. Quédate donde estás, que es donde te corresponde: en el basurero.
Dicho esto, Alejandro prosiguió su camino silbando alegremente.
 
  • REFLEXIÓN: Es preferible tener un alto nivel de vida a un alto nivel de medios de vida. Hemos de aprender a poseer dinero sin que seamos poseídos por él. Un buen aprendizaje es tener sólo lo que realmente necesitamos. Uno de los criterios para ello es lo que necesitamos hacer para conseguirlo y lo dispuestos que estamos a compartirlo cuando lo tenemos. Resumiendo, lo que importa es lo que somos y no lo que tenemos.

16 de mayo de 2014

EL HOMBRE DEL ESPEJO

Había una vez un hombre solitario que no había visto nunca un espejo y no sabía cuál era su aspecto externo, más que por el difuso reflejo en el agua. Era un hombre solitario que no tenía ningún amigo.
Un día decidió ir a buscar algún hombre para hacerse amigo suyo, y se encaminó hacia la ciudad. El azar quiso que se encontrara antes con el carro de un feriante, que se había ausentado de él unos momentos para ir a comprar comida.
¡Cuántos colores! ¡Qué carro tan bonito! El hombre que vive en un carro con tantos colores debe ser alegre, simpático y bueno –se dijo–. Voy a hacerme amigo suyo.
Entró en el carro. Era uno de esos carros llenos de espejos que desfiguran la imagen para el alborozo de cuantos niños o mayores los visitan.
¡Ah! ¡Cuántos hombres viven dentro y qué distintos!... ¿Por qué no me saludan cuando entro en su casa? –pensó con desconfianza.
Cuando se fijó en las caras de los hombres de los espejos, los vio a todos desconfiando y preguntándose por qué ese extraño permanecía mudo al entrar en su casa.
El hombre, sonriendo forzadamente, avanzó un paso con la intención de saludar a aquellos hombres, pero al verles avanzar a todos al tiempo hacia él, con una sonrisa forzada en los labios, se asustó y dando un brusco giro sobre sus talones, salió corriendo del carro y se alejó del lugar en dirección a su casa de la montaña.
Al instante se le quitaron los deseos de conocer a otros hombres y de tener amigos.
Mientras se alejaba hacia su retiro solitario, comentaba para sí: «No me gustan los hombres que no saludan cuando te los encuentras y que te miran con cara de desconfianza. No me gustan los que sonríen forzadamente y se acercan a ti con oscuras intenciones. A mí me hubiera gustado tener un amigo cordial, confiado y con una sonrisa luminosa y sincera»
Y el hombre nunca volvió a buscar un amigo, porque se había asustado de su único amigo conocido hasta el momento: él mismo.
 
  • REFLEXIÓN: ¿Alguna vez has sido tú esa persona que atribuye a los demás los temores y desconfianzas que lleva dentro? Seguro que alguna vez te habrás sorprendido con esa inseguridad que tratas de achacar al otro, siempre es el otro el culpable de todos nuestros males. Quizá podríamos aprender a vernos primero por dentro, mirar lo que nos atemoriza, nos hace desconfiar y nos crea inseguridad, sólo después podremos ver y juzgar las actitudes de los demás para con nosotros.