26 de diciembre de 2013

EL ÁRBOL, LAS RAÍCES Y EL SUELO

En medio del bosque se alzaba un árbol gigantesco, el más magnífico en muchos kilómetros a la redonda. Un día las raíces le dijeron al árbol:
—Es un hecho que todo el que te ve admira tu majestad y tu belleza. Tienes las hojas más lustrosas, las más hermosas flores y los frutos más dulces de todos los árboles del bosque. Con razón encomian tu esplendor, porque eres el más grande de todos los árboles. Pero, ¿no has pensado nunca en nosotras, tus raíces? Aunque nadie nos ve ni nos alaba, nosotras te damos la fuerza para que mantengas la cabeza erguida por encima de todos los árboles compañeros tuyos. Nosotras carecemos de forma y de belleza, sin embargo somos responsables de tu magnificencia. No poseemos ningún perfume propio, pero te procuramos la fragancia que exhalan tus polícromas flores. Aunque parecemos estériles, te proporcionamos la savia que produce tus abundantes frutos. En otras palabras, todo lo que eres es nuestro, querido árbol, porque un árbol es bueno en la medida en que lo son tus raíces.
Aquí terció el suelo:
—Querido árbol y queridas raíces, ¿no os percatáis de que es el suelo –el menos conocido y alabado– el que en realidad os da todo lo que tenéis y hace que seáis lo que sois? Sin mí no habría árbol ni raíces. Yo os sostengo a ambos con mis amorosos brazos. En mis abrazos encontráis alimento, seguridad y fuerza. Yo soy el único que os mantiene firmes. Os doy agua y vitalidad. Todos vosotros, raíces, tronco, ramas, hojas, flores y frutos, habéis nacido de mí. Todo lo que sois me debe su calidad a mí, el suelo.
 
  • REFLEXIÓN: “Ningún hombre es una isla”. Este conocido dicho refleja el hecho de que todos dependemos unos de otros, de nuestra familia, nuestra cultura y nuestra sociedad, que nos proporcionan un medio en el que podemos florecer y desarrollarnos. Nadie es hijo de su propio esfuerzo, somos obra de las circunstancias de nuestra vida. Por último destacar que para que un cambio sea efectivo, hemos de trabajar por cambiar el suelo en el que estamos arraigados, no basta con cambiar las apariencias externas.