Un hombre tenía que hacer un viaje a pie a través de una formidable cadena de montañas. No conocía el camino y sentía miedo.
Se las ingenió para obtener un mapa detallado de la región, que indicaba claramente todas las rutas, senderos y caminos. Se decía:
—Este mapa me será útil; pero si pudiera viajar con un guía local, con alguien que conozca el camino de memoria, me sentiría mucho más seguro.
Como la suerte le acompañaba, el viajero encontró un habitante del lugar que llevaba el mismo destino y estaba familiarizado con la ruta. Los hombres se pusieron en camino juntos, caminando uno al lado del otro. Nuestro viajero llevaba el mapa y lo consultaba a cada giro y vuelta que daban, sintiéndose satisfecho al descubrir que su compañero seguía exactamente la ruta indicada en el mapa.
De pronto, con gran sobresalto del viajero, su guía tomó un sendero que no estaba indicado.
—Amigo, ¿a dónde nos lleva este camino? –preguntó–. Este camino no está indicado en mi mapa, y me da miedo seguirle. ¿Acaso quiere que nos perdamos y perezcamos en las montañas?
Su compañero le explicó:
—Lo que usted no sabe es que el sendero del mapa ha quedado recientemente destruido por un corrimiento de tierras y no está practicable. No se preocupe. Confíe en mí más que en el mapa. Yo le indicaré otro camino si quiere seguirme.
El viajero se negó en redondo:
—No; no le seguiré. ¿Cómo puede pedirme que le siga por una ruta que no está indicada? Estoy más seguro ateniéndome a los senderos que mi mapa me dice que use.
—Confíe en mí, amigo –insistía el guía–. Conozco estas montañas de toda la vida. He nacido aquí y aquí me he criado. Sé a dónde voy. Estará a salvo si me sigue.
Pero el viajero no se convenció.
—Lo siento; pero si insiste en tomar un camino diferente, yo seguiré el mío. Prefiero confiar en el mapa a aceptar su palabra.
El viajero y su acompañante se separaron. El viajero caminaba llevando el mapa en la mano, mientras que el otro se guiaba por la experiencia. El habitante del lugar llegó a su destino. En cuanto al viajero, nadie sabe lo que le acaeció.
- REFLEXIÓN: Para ser un buen guía hay que haber experimentado lo que enseñamos. Los conocimientos académicos son buenos, pero no bastan. Las reglas y normas deben ser nuestras guías, no nuestros maestros. Sólo sabemos realmente lo que hemos experimentado personalmente. El pensamiento racional y lineal no es suficiente para todas las situaciones de la vida. Necesitamos también confiar en nuestras experiencias, intuiciones e inspiraciones. Por último pensar que es difícil dejarse guiar por otro, porque se tiene miedo a ceder el control propio a alguien más.