24 de noviembre de 2012

MARGARITA LA DIRECTORA

Margarita era una profesora joven, entusiasta y muy popular. Sus alumnos la querían y los padres de ellos la tenían en gran estima. Era querida y respetada por sus colegas, admirada por sus superiores y por los administradores del colegio.
Le gustaba estar con los niños, charlar con ellos y tomar parte en sus juegos durante las horas del recreo. Todo el mundo incluyendo a los alumnos, la llamaban por su nombre de pila.
Al jubilarse la directora, muchos de los directivos, administradores y padres pidieron a Margarita que se presentara a la vacante. En realidad, nunca había entrado en sus cálculos ser directora, pero al fin la persuadieron a que presentara la solicitud. Después de ser seleccionada y entrevistada, fue nombrada directora en su momento.
Las felicitaciones que siguieron hicieron a Margarita muy feliz en su nuevo puesto, pero se preguntaba también si, aislada en cierto momento en su despacho, no perdería el estrecho contacto con los niños, a los que veía todos los días en clase.
Pronto, sin embargo, los niños se sintieron felices de poder demostrarle la misma amistad, y durante el recreo había siempre un montón entrando por su puerta. Les encantaba visitarla en su despacho para charlar con ella e invitarla a participar en sus juegos. Pero todos la llamaban simplemente “Margarita”.
Con frecuencia los niños llegaban tarde a clase después del recreo debido a la aglomeración que se juntaba en el despacho de la directora. Esto la preocupaba, y decidió adoptar una actitud más estricta. En adelante los alumnos debían hacer cola ante su puerta, y no entrar todos de golpe. También les dijo que la llamaran “directora”, en vez del tratamiento demasiado familiar de “Margarita”.
Aunque comenzaron a formarse colas más ordenadas, nadie parecía hacer caso de la petición de Margarita sobre darle el tratamiento de directora. Todos seguían llamándola por su nombre de pila. Esto comenzó a molestarla.
Decidió mandar imprimir un letrero grande con la palabra DIRECTORA impresa en forma llamativa, y lo colocó delante de ella en la mesa. Sin embargo, los adultos y los niños insistían en llamarla por su nombre.
Aunque eran menos los niños que requerían su atención durante las horas del recreo, iba en aumento su disgusto por la forma familiar de tratarla. Por eso hizo imprimir un letrero mucho mayor, de forma que nadie pudiera evitar ver la palabra DIRECTORA. Lo colocó inmediatamente delante de ella, mostrándolo e insistiendo en que se le debía llamar directora.
Lamentablemente, nadie parecía prestar atención al letrero ni molestarse en dirigirse a la directora por ningún nombre. El letrero era tan grande, que los niños no veían por encima de él. Cualquier niño que entraba en la habitación de Margarita creía sinceramente que no había nadie y volvía a salir inmediatamente.
Algunos de los más fieles volvieron en unas pocas ocasiones, pero al final se cansaron de encontrar la habitación aparentemente vacía. En consecuencia, Margarita se quedó allí sola, respetada al fin por todos, pero sin amigos, triste, solitaria y olvidada.
 
  • REFLEXIÓN: Hay que ejercer la autoridad de acuerdo con la dignidad humana, tanto del que está revestido de ella como de cualquiera que esté sujeto a la misma. Hay que distinguir entre autoridad de servicio y autoridad de poder. Por otro lado no debemos dejar de ser nosotros mismos aunque ejerzamos algún tipo de autoridad, no podemos ocultarnos detrás del rol que ejercemos. La historia también nos enseña que el verdadero sentido de la autoridad es ayudar, guiar y orientar, nunca oprimir a las personas, explotarlas o suprimir su libertad individual.

6 de noviembre de 2012

EL MENDIGO Y EL REY

Iba yo pidiendo, de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando un carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey magnífico.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Aquel rey me miró y bajó sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin.
Y de pronto, él me tendió su mano diciéndome: «¿Puedes tú darme alguna cosa?».
¡Ah, qué ocurrencia de su realeza! ¡Pedirle a un mendigo!
Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y se lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón.
¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darle todo!
 
  • REFLEXIÓN: Nuestro egoísmo no nos deja en muchos casos compartir con los demás nuestras posesiones, y sin embargo, cuando la vida se comparte, de forma milagrosa, se multiplica.