21 de marzo de 2016

DE UNA EN UNA

En una puesta de sol, un amigo nuestro iba caminando por una desierta playa. Mientras andaba empezó a ver que, en la distancia, un joven se acercaba.
A medida que avanzaba, advirtió que era un nativo y que iba inclinándose para recoger algo que luego arrojaba al agua. Una y otra vez arrojaba con fuerza esas cosas al océano. Al aproximarse más, nuestro amigo observó que el joven estaba recogiendo estrellas de mar que la marea había dejado en la playa y que, una por una, volvía a arrojar al agua. Intrigado, el paseante se aproximó al joven para saludarlo.
—Buenas tardes, muchacho. Venía preguntándome qué es lo que haces.
—Estoy devolviendo estrellas de mar al océano. Ahora la marea está baja y ha dejado sobre la playa todas estas estrellas de mar. Si yo no las devuelvo al mar, se morirán por falta de oxígeno –dijo el muchacho.
—Ya entiendo –replicó mi amigo–, pero sobre esta playa debe haber miles de estrellas de mar. Son demasiadas, simplemente. Y lo más probable es que esto esté sucediendo en centenares de playas a lo largo de esta costa. ¿No te das cuenta de que es imposible que lo que puedas hacer sea de verdad importante?
El joven sonrió, se inclinó a recoger otra estrella de mar de la arena y, mientras volvía a arrojarla al mar, contestó:
—Por lo menos ¡para ésta sí que es importante!
A la mañana siguiente aquel hombre se dirigió a la playa, se reunió con el joven y los dos juntos continuaron devolviendo estrellas de mar al océano.
 
  • REFLEXIÓN: El mayor de los errores estriba en no hacer nada porque sólo podemos hacer poco. No actuamos porque creemos que con ello no vamos a cambiar el mundo... quizá no ayudamos a alguien en un preciso momento porque con eso no le vamos a solucionar la vida, pero lo realmente importante es lo que la ayuda puntual pueda suponer para esa persona, pues para ella sí es importante. Pensemos en el valor de la compasión y el trabajo en equipo y también en que cada uno es responsable de sus buenas o malas acciones.

3 de marzo de 2016

EL PÁJARO DE LA INDIA

Un comerciante tenía un pájaro de la India, país al que de vez en cuando viajaba para hacer negocios.
¿Quieres algo de la India? –preguntó el comerciante a su pájaro cuando iba a partir para aquel país.—Quiero mi libertad, pero puesto que no me la concedes, por favor, visita la jungla y a los pájaros de mi especie. Anúnciales que me tienes cautivo. Ése es mi ruego, mi súplica.
Aunque no quería desprenderse del exótico pájaro, el comerciante no tenía mal corazón. Quiso satisfacer al pájaro, fue a la jungla y anunció a las otras aves que lo tenía en cautiverio. Ante su extrañeza, un pájaro de la misma especie que el suyo cayó al suelo inconsciente y el comerciante lo dio por muerto y pensó: «Tanto le ha sorprendido el cautiverio de su familiar, que ha muerto de la impresión».
Tras efectuar sus negocios, el comerciante volvió a su país. Ni que decir tiene que, nada más verlo, el pájaro le preguntó si había anunciado su cautiverio a las aves de su misma especie.
—Así lo hice –declaró el comerciante–, pero tristemente uno de tus familiares, al escuchar la noticia de tu cautiverio, cayó muerto.
Apenas había acabado de hablar el comerciante, el pájaro enjaulado cayó sobre el suelo de la jaula.
—¡Pobre animal! –se lamentó el dueño–. Le ha impresionado tanto la noticia de la muerte de su pariente, que también se ha muerto.
Sacó al pájaro de la jaula y lo colocó en la ventana, dándolo por definitivamente muerto.
Entonces el pájaro, que había fingido su muerte (siguiendo el mensaje secreto de su familiar, que también había fingido la suya), huyó volando.
 
  • REFLEXIÓN: Hay que tener firmeza de carácter y habilidad para cuidar de nosotros mismos. Sólo el que sabe cuidarse a sí mismo es capaz de cuidar mejor de los demás; al sentirnos bien, compartiremos ese sentimiento de bienestar con los que nos rodean. Así la persona que se quiere a sí misma y cuida de sí misma no se permite estar a merced de los otros.