Había una vez una pareja de reyes jóvenes que acababan de celebrar su boda. Todo el reino estaba contento con el acontecimiento. Eran felices.
El rey y la reina se querían mucho y deseaban ardientemente tener un hijo. Al año de la boda llegó el primer niño.
El rey dijo a su esposa:
—Por el nacimiento de nuestro hijo déjame plantar un nogal. Así crecerán los dos fuertes y hermosos. Será el signo de que la vida es un crecer y madurar.
El matrimonio tuyo tres hijos. A cada nacimiento el rey plantada un nogal en el jardín de palacio. Con cada árbol expresaba un deseo especial para cada hijo.
Cuando nació el primero, dijo el rey:
—Deseo que sea fuerte, que tenga poder y grandeza, como el nogal.
Nació el segundo y habló así el rey:
—Que permanezca siempre lleno de actividad, con esperanza y alegría, como las hojas verdes del nogal.
Ante el árbol del tercero, el más joven, exclamó:
—Tú debes madurar y traer siempre fruto.
Los hijos se educaron para el poder, la fuerza, la sabiduría y el entendimiento. Con cada año que cumplían también el nogal crecía. Cada hijo hizo suyo el deseo de su padre, como regla de su vida.
El mayor dijo al rey:
—Padre, yo seré un rey poderoso, extenderé el reino, tendrá más terreno y será un magnífico reino.
Su padre dijo:
—Ya lo veremos.
Bajo su reinado hubo guerras y campañas. Creció su reino. Él mismo sentía temor cuando se veía magnífico en su grandeza y fuerza. Con su poder creció su soledad. El pueblo tenía gran angustia cuando estaba ante él. Por eso estaba solo, su corazón estaba triste y se sentía desgraciado. Durante las guerras y luchas, el nogal se secaba.
Le tocó reinar al segundo hijo y también quiso llenar los deseos de su padre, por eso le dijo:
—Quieres para mí vida y alegría y la tendré.
Llevaba muchos invitados a palacio para celebrar fiestas todos los días. Corría el vino, se reía mucho y se bailaba. Sin embargo, después de la fiesta se quedaba triste y solo. El dinero de la corte menguaba poco a poco. El heredero se consumía solo, disgustado y enfermo. También las hojas verdes de su nogal se marchitaban y se morían.
Le tocó reinar al más joven de los tres, pero no sabía cómo iba a llenar el deseo de su padre. Pensaba mucho sobre ello, se sentaba bajo el nogal y le preguntaba:
—¿Traeré buenos frutos? ¿Cómo puedo lograrlo?
Así, sentado debajo del nogal miraba hacia la magnífica copa del árbol y escuchaba el murmullo de las hojas para averiguar qué le decían.
—¿Qué me ha dado el árbol? Mis raíces se agarran profundas en la tierra, me dan fuerza y me alimentan. Tengo fiesta cuando la tempestad quiere arrastrarme y lo venzo. Alimento mi tronco con su agua, y también las hojas y el fruto... Tranquilizaré al rey, aprenderé a escuchar y mirar, y seguramente comprenderé los secretos que ahora no entiendo.
Al mismo tiempo supo que el árbol crecía hacia arriba. Le oía hablar y escuchó con atención lo que decía:
—Yo me extiendo en la tierra, amo la luz y el aire. Recibo cuanto necesito para la vida.
El joven supo de pronto que sólo puede madurar el fruto con la fuerza de la tierra y la bendición del cielo actuando juntas. Él también quería traer buen fruto. Se enderezó de un salto para empezar con lo que se proponía. Mucha gente necesitaba ayuda. Iba a ellos, les hablaba, curaba a los enfermos, llevaba pan a los hambrientos, consolaba a los que estaban tristes. Sobre todo tenía sus puertas abiertas a las gentes de su reino y éstas le decían:
—Nuestro príncipe vive entre nosotros, nos quiere mucho y bien.
Con frecuencia, después de trabajar mucho por su pueblo, estaba cansado. Entonces se sentaba debajo de su nogal y miraba hacia arriba. Entre las ramas del árbol veía el cielo, del que recibía fuerza y bendición para su trabajo.
Otras gentes siguieron su ejemplo, y una vida de ayuda y bienestar se extendió por todo el país. Cada vez que el príncipe iba a su nogal descubría un nuevo fruto en él. El nogal florecía, traía mucho fruto y nunca se marchitó. La gente descubrió pronto ese milagro y decía:
—Como el príncipe, su nogal trae todo el año buen fruto.
- REFLEXIÓN: Cada persona tiene una misión en la vida que debe cumplir, una causa por la que debe luchar, pero sobre todo tiene que reflexionar sobre los frutos que va a ofrecer a la sociedad: si su vida va a ser o no ejemplo de bondad y ayuda para los demás, si su forma de ser anima, alienta y consuela a otros, o por el contrario sólo vive para sí mismo.