8 de abril de 2015

CUANDO EL NOGAL TRAE FRUTO

Había una vez una pareja de reyes jóvenes que acababan de celebrar su boda. Todo el reino estaba contento con el acontecimiento. Eran felices.
El rey y la reina se querían mucho y deseaban ardientemente tener un hijo. Al año de la boda llegó el primer niño.
El rey dijo a su esposa:
—Por el nacimiento de nuestro hijo déjame plantar un nogal. Así crecerán los dos fuertes y hermosos. Será el signo de que la vida es un crecer y madurar.
El matrimonio tuyo tres hijos. A cada nacimiento el rey plantada un nogal en el jardín de palacio. Con cada árbol expresaba un deseo especial para cada hijo.
Cuando nació el primero, dijo el rey:
—Deseo que sea fuerte, que tenga poder y grandeza, como el nogal.
Nació el segundo y habló así el rey:
—Que permanezca siempre lleno de actividad, con esperanza y alegría, como las hojas verdes del nogal.
Ante el árbol del tercero, el más joven, exclamó:
—Tú debes madurar y traer siempre fruto.
Los hijos se educaron para el poder, la fuerza, la sabiduría y el entendimiento. Con cada año que cumplían también el nogal crecía. Cada hijo hizo suyo el deseo de su padre, como regla de su vida.
El mayor dijo al rey:
—Padre, yo seré un rey poderoso, extenderé el reino, tendrá más terreno y será un magnífico reino.
Su padre dijo:
—Ya lo veremos.
Bajo su reinado hubo guerras y campañas. Creció su reino. Él mismo sentía temor cuando se veía magnífico en su grandeza y fuerza. Con su poder creció su soledad. El pueblo tenía gran angustia cuando estaba ante él. Por eso estaba solo, su corazón estaba triste y se sentía desgraciado. Durante las guerras y luchas, el nogal se secaba.
Le tocó reinar al segundo hijo y también quiso llenar los deseos de su padre, por eso le dijo:
—Quieres para mí vida y alegría y la tendré.
Llevaba muchos invitados a palacio para celebrar fiestas todos los días. Corría el vino, se reía mucho y se bailaba. Sin embargo, después de la fiesta se quedaba triste y solo. El dinero de la corte menguaba poco a poco. El heredero se consumía solo, disgustado y enfermo. También las hojas verdes de su nogal se marchitaban y se morían.
Le tocó reinar al más joven de los tres, pero no sabía cómo iba a llenar el deseo de su padre. Pensaba mucho sobre ello, se sentaba bajo el nogal y le preguntaba:
—¿Traeré buenos frutos? ¿Cómo puedo lograrlo?
Así, sentado debajo del nogal miraba hacia la magnífica copa del árbol y escuchaba el murmullo de las hojas para averiguar qué le decían.
—¿Qué me ha dado el árbol? Mis raíces se agarran profundas en la tierra, me dan fuerza y me alimentan. Tengo fiesta cuando la tempestad quiere arrastrarme y lo venzo. Alimento mi tronco con su agua, y también las hojas y el fruto... Tranquilizaré al rey, aprenderé a escuchar y mirar, y seguramente comprenderé los secretos que ahora no entiendo.
Al mismo tiempo supo que el árbol crecía hacia arriba. Le oía hablar y escuchó con atención lo que decía:
—Yo me extiendo en la tierra, amo la luz y el aire. Recibo cuanto necesito para la vida.
El joven supo de pronto que sólo puede madurar el fruto con la fuerza de la tierra y la bendición del cielo actuando juntas. Él también quería traer buen fruto. Se enderezó de un salto para empezar con lo que se proponía. Mucha gente necesitaba ayuda. Iba a ellos, les hablaba, curaba a los enfermos, llevaba pan a los hambrientos, consolaba a los que estaban tristes. Sobre todo tenía sus puertas abiertas a las gentes de su reino y éstas le decían:
—Nuestro príncipe vive entre nosotros, nos quiere mucho y bien.
Con frecuencia, después de trabajar mucho por su pueblo, estaba cansado. Entonces se sentaba debajo de su nogal y miraba hacia arriba. Entre las ramas del árbol veía el cielo, del que recibía fuerza y bendición para su trabajo.
Otras gentes siguieron su ejemplo, y una vida de ayuda y bienestar se extendió por todo el país. Cada vez que el príncipe iba a su nogal descubría un nuevo fruto en él. El nogal florecía, traía mucho fruto y nunca se marchitó. La gente descubrió pronto ese milagro y decía:
—Como el príncipe, su nogal trae todo el año buen fruto.
 
  • REFLEXIÓN: Cada persona tiene una misión en la vida que debe cumplir, una causa por la que debe luchar, pero sobre todo tiene que reflexionar sobre los frutos que va a ofrecer a la sociedad: si su vida va a ser o no ejemplo de bondad y ayuda para los demás, si su forma de ser anima, alienta y consuela a otros, o por el contrario sólo vive para sí mismo.