24 de abril de 2014

¿SUEÑO O REALIDAD?

Hace innumerables años, entre la multitud de galaxias y estrellas del universo, había un pequeño planeta. En él habitaban dos razas inteligentes y apacibles, llamadas los “diurnos” y los “nocturnos”. Sus diferencias se completaban mutuamente, y vivían en armonía y paz.
Los diurnos permanecían conscientes y activos sólo durante las horas del día. Apenas el sol se hundía tras el horizonte, entraban en un sueño profundo y sin sueños, del que nada podía sacarlos hasta el amanecer.
Tan pronto como la primera claridad de la mañana rozaba sus párpados, los diurnos se despertaban y reanudaban sus actividades sin tener idea de las largas horas pasadas en la oscuridad. Vivían en la ilusión de que la vida constaba sólo de ininterrumpida claridad.
Por el contrario, los nocturnos se volvían activos sólo cuando el sol desaparecía y las tinieblas cubrían el planeta. En el momento en que iba a salir el sol se quedaban dormidos, y así permanecían olvidados de todo, hasta que la última claridad del día se disipaba. Creían que la oscuridad de la noche era la única realidad. No tenían idea de las horas de claridad que transcurrían mientras ellos permanecían dormidos.
Los diurnos y los nocturnos eran creadores e inteligentes. En el trascurso de los años exploraron el mundo en el que vivían y aprendieron a estimar sus múltiples maravillas.
A los nocturnos les entusiasmaba la majestad del cielo. Llegaron a ser grandes astrónomos y escribieron eruditos tratados sobre las leyes y movimientos del firmamento nocturno. Les encantaba la pálida belleza de un paisaje lunar, el claroscuro de la luz y la sombra de las cumbres de las montañas. Escribieron sublimes poesías cantando el rielar de las estrellas en el agua y los secretos misterios de la selva.
Los diurnos celebraban la claridad y el calor de su mundo. Compusieron doctos volúmenes sobre el calor y la luz. En poemas y cuadros pintaron los delicados matices de las alas de las mariposas, el hermoso colorido de las flores silvestres, los múltiples tonos verdes del dosel de la selva. Cantaron los cielos azules y los jardines inundados de sol.
Pero, al fin, llegó un momento en que los diurnos descubrieron las obras científicas y literarias de los nocturnos. Según las leían, su curiosidad se trocaba gradualmente en asombro y confusión.
“¿Qué es todo esto?”, se preguntaron. “¡Constelaciones! ¡Estrellas! ¡Luna llena! ¡Corrientes plateadas!”.
Investigaron e investigaron, pero no lograron descubrir el paradero de las estrellas y las galaxias. No consiguieron descubrir montañas bañadas por la claridad de la luna o lagos serenos bajo la oscuridad del firmamento.
Al final, decepcionados y pensativos, se dijeron: “Esta gente son mercaderes de sueños y cuentistas. Ignoran la realidad. No pueden decirnos nada de nuestro mundo”.
También los nocturnos descubrieron las obras de los diurnos. En vano intentaron descubrir firmamentos azules y la claridad del sol. Buscaron setos salpicados de flores de brillantes colores y escudriñaron las copas de los árboles intentando sorprender el tornasolado destello de las alas de un águila real. “Estas obras no tienen sentido”, se dijeron cuando todos sus esfuerzos hubieron fracasado. “Los que han escrito estos libros o son mentirosos o locos. Los ignorantes no tienen idea del mundo real”.
Los diurnos y los nocturnos dejaron de explorar los misterios de la naturaleza. No escribieron ya poesías ni estudiaron su entorno. En lugar de ello se pasaban el tiempo redactando largas críticas sobre las obras de los otros, impugnando y refutando sus percepciones y valoraciones.
Se volvieron suspicaces unos de otros y sus críticas se hicieron cada vez más hostiles y abusivas. Surgieron enemistades entre ellos, hasta que al final se dijeron: “Esta gente es peligrosa. Socavan nuestras firmes creencias y tradiciones. Si les dejamos, subvertirán nuestro sistema de valores y destruirán nuestra cultura. Son una amenaza para la sociedad civilizada”.
Estalló la guerra entre los diurnos y los nocturnos. Fue una guerra extraña, silenciosa y a sangre fría, más destructora que las guerras libradas con bombas, fusiles y espadas. Por la noche, los nocturnos asesinaban a los dormidos diurnos, y durante el día los diurnos mataban a los indefensos nocturnos.
Así fue como la vida quedó destruida en su mundo. El planeta siguió girando, silencioso y desierto, entre las esferas, sin nadie que cantara las deslumbrantes maravillas del día y los misterios nocturnos de la claridad lunar.
 
  • REFLEXIÓN: Nuestras ideas acerca de la realidad están condicionadas por la sociedad en la que hemos nacido, por nuestro medio cultural y religioso, por la época y el lugar en que vivimos. Los diurnos y los nocturnos eran correctos en sus afirmaciones, pero sólo conocían la mitad de lo que había que conocer. Hay que valorar los distintos puntos de vista y no negarlos pues nos privamos a nosotros mismos de crecer en comprensión y conocimiento, por eso lo mejor es el diálogo y el entendimiento para comprender las diferencias y la realidad en su conjunto.

9 de abril de 2014

LA CIUDAD DE LOS POZOS

Aquella ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Aquella ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes... Pero pozos al fin. Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que estaban excavados, sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior).
Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las noticias corrían rápidamente de punta a punta del poblado.
Un día, llegó a la ciudad una “moda” que seguramente había nacido en algún pueblecito humano.
La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se preciara debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no era lo superficial sino el contenido. Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte, y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente, los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Pasó el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron hasta tal punto que ya no podían incorporar nada más.
Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, otros pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior...
Uno de ellos fue el primero. En lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No pasó mucho tiempo hasta que la idea empezó a ser imitada. Todos los pozos utilizaban gran parte de sus energías en ensancharse ara poder hacer más espacio en su interior. Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas que se ensanchaban desmedidamente. Él pensó que si seguían ensanchándose de aquella manera, pronto se confundirían los bordes de los distintos pozos y cada uno perdería su propia identidad...
Quizá a partir de esa idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo más profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo tenía que vaciarse de todo contenido...
Al principio tuvo miedo al vacío. Pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo. Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho...
Un día, algo sorprendió al pozo que crecía hacia dentro. Dentro, muy dentro y muy en el fondo... ¡encontró agua! Nunca antes otro pozo había encontrado agua.
El pozo superó su sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo sus paredes, salpicando sus bordes y, por último, sacando el agua hacia fuera. La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa. Así que la tierra que rodeaba al pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.
Las semillas de sus entrañas brotaron en forma de hierba, de tréboles, de flores y de tronquitos endebles que se convirtieron en árboles después...
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo, al que empezaron a llamar “el vergel”. Todos le preguntaban cómo había conseguido aquel milagro.
—No es ningún milagro –contestaba el vergel–. Hay que buscar en el interior, hacia lo profundo.
Muchos quisieron seguir el ejemplo de aquel pozo, pero desestimaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ser más profundos tenían que vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más, para llenarse de más y más cosas...
En la otra punta de la ciudad, otro pozo decidió correr también el riesgo de vaciarse... Y también empezó a profundizar... Y también llegó al agua... Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...
—¿Qué harás cuando se termine el agua? –le preguntaban.
—No sé lo que pasará –contestaba–. Pero, por ahora, cuanta más agua saco, más agua hay.
Pasaron unos meses antes del gran descubrimiento. Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma... Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro. Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto.
Habían descubierto la comunicación profunda que sólo consiguen aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar...
 
  • REFLEXIÓN: Y nosotros ¿tenemos el valor de arriesgarnos a vaciarnos de todas aquellas cosas que nos mantienen atados y esclavizados? ¿De buscar en lo profundo de nosotros para dar lo mejor que tenemos?