Había una vez un pájaro de brillante plumaje y fuertes alas, que se pasaba los días volando sobre las copas de los árboles encantado de su libertad.
Un día se cayó a un pozo fuera de uso. El pozo era tenebroso y profundo; pero estaba seco, y el pájaro quedó ileso. Fue bajando y bajando hasta tocar el fondo, donde permanecía sin hacer nada para intentar escapar, limitándose a compadecerse.
—Ciertamente voy a morir aquí abajo -gemía-. ¡Qué pájaro tan pobre e infeliz soy! ¿Qué es lo que he hecho para merecer tal suerte?”
Cuanto más consideraba su apurada situación, más se convencía de que otro tenía la culpa de que él se encontrara en el fondo del pozo.
—Yo no tengo la culpa. La culpa es primeramente del estúpido que cavó el pozo -dijo-. Alguien debería haber tapado la boca, y entonces no habría caído dentro. ¿Por qué no me avisó nadie del peligro de volar demasiado bajo por encima de los pozos abiertos? Yo no tengo la culpa de todo eso.
Comenzó a gritar pidiendo ayuda a los transeúntes.
—¡Ayuda... ayuda... ayuuuuuuda! Por favor, ayudadme. Ayudadme a salir de aquí.
La gente miraba dentro del pozo.
—Tienes alas; puedes volar -dijeron-. ¿Por qué no intentas ayudarte tú mismo?
—Si intento volar aquí abajo me lesionaré -gemía el pájaro-. Podría rozarme las alas contra las paredes del pozo. Yo no tengo la culpa de encontrarme metido aquí abajo. Tenéis que hacer algo para sacarme.
La gente le gritaba:
—Hay mucho espacio para volar si tienes cuidado. Tus alas son magníficas. No estás herido. Puedes escapar si realmente quieres.
El pájaro rehusaba intentarlo. Se acurrucaba en el fondo quejándose y lamentándose con cuantos le escuchaban.
—Nadie se preocupa por mí, ese es el problema. La gente no tiene corazón y es cruel; no les interesa ayudar a una pobre criatura como yo.
Las quejas del pájaro le granjearon tanta simpatía que, sin apenas darse cuenta de lo que ocurría, comenzó a alegrarse de vivir en el pozo.
Cada vez pensaba menos en escapar, hasta que por fin ni se le ocurrió intentarlo. Sus alas se ajaron, de modo que, aunque hubiera deseado volar a la libertad, no lo habría conseguido. Ahora, ni él ni nadie podían ayudarle.
De esta manera, compadecido por todos y compadeciéndose a sí mismo, el pájaro vivió el resto de su vida atrapado e infeliz en el fondo del pozo.
Un día se cayó a un pozo fuera de uso. El pozo era tenebroso y profundo; pero estaba seco, y el pájaro quedó ileso. Fue bajando y bajando hasta tocar el fondo, donde permanecía sin hacer nada para intentar escapar, limitándose a compadecerse.
—Ciertamente voy a morir aquí abajo -gemía-. ¡Qué pájaro tan pobre e infeliz soy! ¿Qué es lo que he hecho para merecer tal suerte?”
Cuanto más consideraba su apurada situación, más se convencía de que otro tenía la culpa de que él se encontrara en el fondo del pozo.
—Yo no tengo la culpa. La culpa es primeramente del estúpido que cavó el pozo -dijo-. Alguien debería haber tapado la boca, y entonces no habría caído dentro. ¿Por qué no me avisó nadie del peligro de volar demasiado bajo por encima de los pozos abiertos? Yo no tengo la culpa de todo eso.
Comenzó a gritar pidiendo ayuda a los transeúntes.
—¡Ayuda... ayuda... ayuuuuuuda! Por favor, ayudadme. Ayudadme a salir de aquí.
La gente miraba dentro del pozo.
—Tienes alas; puedes volar -dijeron-. ¿Por qué no intentas ayudarte tú mismo?
—Si intento volar aquí abajo me lesionaré -gemía el pájaro-. Podría rozarme las alas contra las paredes del pozo. Yo no tengo la culpa de encontrarme metido aquí abajo. Tenéis que hacer algo para sacarme.
La gente le gritaba:
—Hay mucho espacio para volar si tienes cuidado. Tus alas son magníficas. No estás herido. Puedes escapar si realmente quieres.
El pájaro rehusaba intentarlo. Se acurrucaba en el fondo quejándose y lamentándose con cuantos le escuchaban.
—Nadie se preocupa por mí, ese es el problema. La gente no tiene corazón y es cruel; no les interesa ayudar a una pobre criatura como yo.
Las quejas del pájaro le granjearon tanta simpatía que, sin apenas darse cuenta de lo que ocurría, comenzó a alegrarse de vivir en el pozo.
Cada vez pensaba menos en escapar, hasta que por fin ni se le ocurrió intentarlo. Sus alas se ajaron, de modo que, aunque hubiera deseado volar a la libertad, no lo habría conseguido. Ahora, ni él ni nadie podían ayudarle.
De esta manera, compadecido por todos y compadeciéndose a sí mismo, el pájaro vivió el resto de su vida atrapado e infeliz en el fondo del pozo.
- REFLEXIÓN: A menudo nos parece más seguro y más cómodo permanecer atrapados. Por otro lado hay una gran diferencia entre ser ayudado y ser rescatado, y es que podemos buscar ayuda y ánimo en los demás, pero sólo nosotros podemos rescatarnos a nosotros mismos, por esto es primordial confiar en nuestras propias posibilidades. También ocurre que el deseo de ser compadecidos y de sentirnos el centro de la atención de los demás, nos entumece e impide que desarrollemos plenamente nuestro potencial.