23 de septiembre de 2012

MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA

Y llegó el tiempo en que las hojas caen de los árboles. Una de ellas veía cómo sus hermanas se iban volviendo amarillas, se secaban y caían. Al inicio pensaba que iban a emprender otro viaje, pero mirando hacia abajo se dio cuenta de la realidad: caían para pudrirse en el suelo. Esta hoja se rebeló: “Yo estoy bien aquí, no tengo por qué secarme y dejar mi árbol, quiero seguir viviendo”. Y de hecho allí se quedó, desafiando a los vientos que empezaban a soplar con fuerza. A duras penas mantenía su color verde, pero ella se decía a sí misma que estaba bien, que ése era su lugar y que no tenía ninguna necesidad de dejarse caer para desaparecer.
Pasaron los días y ella fue la única hoja que quedó en el árbol. El árbol intentaba desembarazarse de ella, pero la hoja se aferraba con todas sus fuerzas al tronco para no caer. Alguien que pasaba un día por allí se dio cuenta y se quedó sorprendido. Llamó a sus amigos, que a su vez llamaron a otros amigos, y a otros más... Aquella hoja se convirtió en el centro de atención. Incluso una televisión local vino con sus cámaras. ¡Qué orgullosa estaba la hoja! Sus sufrimientos y el frío que estaba pasando tenían su recompensa. En esos momentos sí que ella hubiese preferido quedarse sola, sin el tronco, porque ese tronco del que dependía para estar allí arriba y huir de la caída inevitable le robaba protagonismo.
El tiempo fue pasando y llegó el invierno. Pocas personas paseaban y ya nadie prestaba atención a aquella hoja extravagante.
Llegaron las primeras nieves y las heladas. La hoja se congeló y así permaneció muchos días. Un niño travieso se dedicó a tirarle piedras y una le alcanzó. Como estaba helada, la hoja se partió por la mitad, pero no cayó y allí se mantuvo hasta la llegada de la primavera.
Por fin la hoja tenía compañeras, pero ¡qué desesperación!...
Las nuevas llegadas tenían un color verde mucho más brillante, estaban enteras y llenas de energía. La hoja vieja no se movía y su color mate hacía temer lo que las demás sospechaban pero no se atrevían a comprobar: ¡estaba muerta!
 
  • REFLEXIÓN: A veces deseamos huir de nuestra verdadera personalidad, utilizamos distintas máscaras y ponemos en ellos demasiado esfuerzo que no nos merece la pena. Lo importante es saber lo que realmente somos, cuáles son nuestras metas en la vida, cuál es nuestro proyecto personal. La historia nos enseña que hay que morir a ciertos aspectos negativos de nuestra personalidad para poder potenciar otros y vivir realmente. Sólo dejando morir lo negativo podrá resurgir lo mejor de nosotros mismos.

14 de septiembre de 2012

LOS CANTOS DE DIOS

No es de sorprender que el jardinero resultara un tanto extraño para sus vecinos. Muchos días le veían hablar con sus plantas, acariciarlas y tratarlas con cariño. Y por otra parte, no obtenía dinero con ellas, lo cual resultaba aún más extraño para aquellas gentes.
—¿Por qué acaricias y les hablas a tus plantas, si no pueden sentir tu mano ni oírte? -le preguntó por fin uno de sus vecinos.
—¿Y cómo sabes que no me sienten ni me oyen? -respondió el jardinero.
El vecino se quedó perplejo.
—Hombre, todo el mundo sabe que las plantas no son capaces de...
—Tampoco la mayoría de los hombres sienten ni escuchan a Dios -le interrumpió el jardinero-, y no por eso Dios deja de hablarnos y cuidarnos.
El vecino se encontraba cada vez más confundido. Y, sintiéndose un tanto molesto, volvió a preguntar:
—¿Y cómo sabes que existe Dios? Yo nunca lo he visto, ni le he oído. Ni siquiera he notado los cuidados de los que hablas.
El jardinero bajó la mirada con tristeza y guardó silencio, y cuando el vecino ya pensaba que no iba a poder responderle, le miró a los ojos con ternura diciéndole:
—En las noches de Luna sólo te das cuenta de que los grillos cantan cuando se callan, y es el silencio el que te advierte de la presencia de esa vida escondida. Dios nunca ha dejado de cantar, nunca ha dejado de hablarnos y mimarnos, y es por eso por lo que la mayoría de los hombres no advierte sus caricias.
«Si Dios dejara de cantar, al instante siguiente sería demasiado tarde para darnos cuenta de que estaba allí». Y, sonriendo, agregó:
—Pero no te preocupes. Dios jamás dejará de cantar.
—Entonces, jamás podremos convencernos de que Dios existe -respondió el vecino con una sonrisa triunfante.
El jardinero se echó a reír, y posando su mano sobre el hombro de su vecino, dijo:
—Igual que sucede con los grillos... Si haces el silencio en tu interior, el silencio te revelará los cantos de Dios.
 
  • REFLEXIÓN: Sólo podemos encontrar a Dios si conseguimos silenciar nuestro interior, hay que hacer un esfuerzo por evadirnos del ruido exterior, del ajetreado mundo que nos rodea, y así podremos descubrir en nosotros a Dios.