28 de junio de 2012

¿CUÁNDO EMPIEZA EL DÍA?

Preguntó un sabio a sus discípulos si sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.
Uno de ellos dijo:
—Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o un caballo. Entonces será de día.
—No –dijo el sabio.
—Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o un anacardo. Entonces será de día.
—Tampoco –dijo el sabio.
—Está bien –dijeron los discípulos–, dinos cuándo acaba la noche y empieza el día.
El sabio esperó un momento y dijo:
—Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano; cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, aún será de noche.

 
  • REFLEXIÓN: Nos ayuda a pensar si realmente vemos a las personas como hermanos nuestros, si realmente hemos visto la luz que nos hace valorarnos como personas o aún seguimos en la oscuridad al pensar que el otro es inferior o distinto a nosotros.

8 de junio de 2012

EL ÁRBOL GENEROSO

Había una vez un árbol... y el árbol, amaba a un niño. El muchacho venía todos los días y cogía sus hojas. Y con ellas hacía coronas e imaginaba ser el rey del bosque. El niño trepaba por su tronco.. Y se colgaba de sus ramas... Y comía sus manzanas... Y jugaba al escondite. Y cuando se cansaba se dormía a su sombra. Y el árbol era feliz... Pero el tiempo pasaba... Y el muchacho crecía... Y el árbol con frecuencia estaba solo.
Un día el muchacho se acercó al árbol y éste le dijo:
—Ven, muchacho, trepa por mi tronco y colúmpiate en mis ramas y come manzanas y juega con mi sombra y sé feliz...
—Soy ya demasiado grande para trepar y jugar –dijo el muchacho–. Necesito dinero. ¿Puedes darme un poco de dinero?
—Lo siento –dijo el árbol–, pero no tengo dinero. Sólo tengo unas hojas y manzanas. Coge las manzanas, muchacho, y véndelas en el mercado de la ciudad. Entonces tendrás dinero y serás feliz...
En seguida, el joven subió al árbol, cogió sus manzanas y se las llevó. Y el árbol fue feliz... Y el joven se alejó. Se fue muy lejos sin poder ver al árbol... Y el árbol estaba triste... Y un buen día el joven, ya adulto, volvió... Y el árbol se estremeció de alegría y dijo:
—Ven, trepa por mi tronco y colúmpiate en mis ramas y sé feliz.
—Estoy demasiado atareado –dijo el hombre– para trepar por tu tronco. Necesito una casa para vivir. Necesito calor como el comer. Quiero una esposa, quiero tener hijos y por eso necesito una casa.
—Yo tengo casa –dijo el árbol–. El bosque es mi casa. Pero tú puedes cortar mis ramas y construir una casa. Entonces serás feliz...
Y el hombre cortó sus ramas... Las llevó para construir una casa... Y el árbol era feliz... Y el hombre se fue lejos y no pudo ver el árbol por mucho tiempo.
Y cuando el hombre regresó, el árbol no podía hablar, embargado por la emoción.
—Ven, –balbuceó–, ven a jugar.
—Soy demasiado mayor y asediado por la tristeza para jugar –dijo el hombre–. Necesito un barco que me lleve muy lejos de aquí. ¿Me puedes dar un barco?
—Corta mi tronco y fabrica un barco –dijo el árbol–. Luego podrás navegar hasta playas lejanas... y serás feliz.
Y el árbol era feliz, aunque no enteramente... le faltaba compañía... Y después de mucho tiempo, el hombre regresó de nuevo, ya muy mayor.
—Lo siento... –dijo el árbol–, pero no me queda nada... Mis manzanas desaparecieron.
—Mis dientes son demasiado débiles para comer manzanas –dijo el hombre.
—Mis ramas... han desaparecido –dijo el árbol–. Ya no puedes columpiarte en ellas.
—Soy demasiado viejo para columpiarme en ellas –dijo el hombre.
—Mi tronco ha desaparecido –dijo el árbol–. Ya no puedes trepar por él.
—Estoy demasiado cansado para trepar –dijo el hombre.
—Lo siento –sollozó el árbol–. Quisiera darte algo... Pero ya no me queda nada... Sólo mi vieja raíz. Lo siento.
—Ahora necesito muy pocas cosas –dijo el viejo–. Sólo un lugar tranquilo para sentarme y descansar... Estoy demasiado cansado.
—Bueno –dijo el árbol enderezándose todo lo que pudo con gran esfuerzo–. Bueno, siéntate. Una vieja raíz sólo sirve para asiento y descanso... Ven, siéntate.
Y el viejo así lo hizo... Y el árbol fue feliz... feliz... feliz.
 
  • REFLEXIÓN: El árbol siempre fue feliz, intentando ofrecer lo mejor de sí mismo en cada momento. En nuestras relaciones con los demás: ¿somos siempre tan generosos que damos todo lo que tenemos para que nuestros semejantes encuentren algo de felicidad? ¿Nos esforzamos realmente en hacer felices a los demás dando lo mejor de nosotros mismos?